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Cuba: coraje y valor

La Revolución Cubana y las propuestas de los posibles cambios en su sistema socialista (II parte)

La Revolución Cubana y las propuestas de los posibles cambios en su sistema socialista: una mirada crítica para el Siglo XXI, por Orlando Cruz Capote (II parte)

La contradicción entre el capital y el trabajo: el eje transversal que divide la eterna presencia de la lucha de clases hasta el comunismo.

La tarea es de todos, por eso es imprescindible la articulación política y social de los que construyen el poder desde abajo (desde dentro de las sociedades capitalistas desarrolladas y subdesarrolladas), los que llegan a los gobiernos por distintos caminos y aquellos que conquistan el poder por las vías que sean, que deben y tienen que continuar construyendo ese nuevo poder incesantemente, así como por las innumerables redes horizontales y verticales que coexisten en ese entramado social, variado y heterogéneo, con una nueva cosmovisión y, hasta disímiles cosmogonías, diversas y complementarias, capaces de apreciar e interpretar las demandas de todos y cada uno de los agentes sociales, aquellos que llamamos el nuevo sujeto histórico múltiple del cambio y la transformación revolucionaria, que nunca fue solamente el proletariado.

Tanto Carlos Marx como Federico Engels y Vladimir Ilich Lenin posteriormente, hablaban desde mediados del siglo XIX y las primeras décadas del XX, de que la clase obrera era la abanderada para cumplir la misión histórica de destruir el modo de producción capitalista y construir el nuevo Estado socialista anti-explotador, pero esa aseveración no tenía un contenido solamente físico, sino predominantemente político. Y siempre escribieron sobre la urgencia de la alianza con el campesinado trabajador, los soldados y marinos, con los intelectuales revolucionarios orgánicos y otros grupos y sectores de los cuerpos societales. Lenin, en específico, escribió que era imposible una revolución proletaria “pura”. Quizás ese sentido dialéctico de su estrategia política lo llevó a ampliar la frase del Manifiesto Comunista de “¡Proletarios de todos los países uníos!”, por la de “¡Proletarios de todos los países y pueblos oprimidos uníos!”, cuando advirtió el despertar de los pueblos del Oriente, durante el transcurso de los cinco Congresos de la Internacional Comunista en que participó antes de su muerte, prematura, en 1924, y escuchó atentamente a los dirigentes de esos movimientos por la liberación nacional y por la justicia social. Otros marxistas de esa época como Rosa Luxemburgo, Karl Korsh, León Trotski, Nicolás Bujarin,-con sus virtudes y defectos-así como de tiempos posteriores, Julio Antonio Mella, Rubén Martínez Villena, José Carlos Mariátegui, Aníbal Ponce Antonio Gramsci, Ho Chi Minh, Mao Tse Dong, Ernesto Che Guevara, etc., deben ser considerados como partes indispensables de esa herencia acumulada y nada desechable.

Hoy todos esos movimientos sociales y políticos, los nuevos y los tradicionales, están atravesados de forma visible-aunque muchos no lo adviertan-por las diferencias clasistas: los poseedores de los medios de producción y de servicios, los desposeídos de los mismos: los asalariados; los gerentes capitalistas, la aristocracia obrera y las masas pobres y asalariadas, mayoritariamente utilizadas como mano de obra barata, incluso en aquellas industrias y servicios de punta tecnológica y científica. En cada movimiento social, existen esas diferencias clasistas: en el movimiento indigenista y feminista, por ejemplo, están presentes varios tipos de individuos y colectividades, unos que poseen mucho y otros que tienen muy poco, unos que reciben una distribución de la renta más amplia y otros que reciben migajas y, sin embargo, están unidos por puntos comunes o identitarios, que no deben ser ignorados y que son complementarios en la lucha de clases. Y esto que planteamos no es un nuevo-o viejo-“reduccionismo obrerista”, pero tampoco se trata, y de esa visión se lee mucho, de hacer desaparecer las clases y la lucha de clases, tampoco de desmeritar a los movimientos sociales de variadas identidades en una gran diversidad, sino de unirnos todos, de forma articulada, organizada para alcanzar los grandes objetivos, aunque sea paso a paso, o de forma radical. Lo que si no podemos, las agrupaciones u organizaciones, es quedarnos rezagados de los movimientos populares, porque entonces la burguesía aprovechará su enorme experiencia, y nos pondrá muy lejos del triunfo revolucionario, y las masas del pueblo se encontrarán sin brújulas acertadas, sin líderes capaces de movilizarlas, conducirlas y dirigirlas, con humildad y con intercambios permanentes, pero capaces de encauzar los estallidos revolucionarios por la senda de la victoria.

Pero, la división clasista de la sociedad no ha desparecido, ni la lucha de clases; el sistema capitalista no ha cambiado esencialmente, tampoco el imperialismo con sus rasgos principales, delineados por V. I. Lenin, ha variado fundamentalmente, sino que han tomado nuevas formas, recrudeciendo sutilmente los modos de explotación y opresión aunque, en algunos lugares, lo han realizado abiertamente al mismo nivel que en el siglo XIX, y han surgido nuevos rasgos y caracterizaciones, pero las esencias y los fenómenos que provocan siguen siendo similares.

Alguien podría decirnos que ahora hay más ricos, clases medias y una pequeña burguesía mayores, cuantitativa y cualitativamente, con respecto a la existente a mediados de la pasada centuria. Y esta realidad no contradice a los clásicos del marxismo sino por el contrario refuerzan sus tesis, porque también existen mayores masas populares o del pueblo que están situadas en la pobreza absoluta, sobreviven o subsisten en la precariedad de sus trabajos y sus vidas. Solo que el capitalismo-imperialista necesita de consumidores, de un mercado, de compradores reales y potenciales para que sus productos realicen una parte esencial de su plusvalía en el valor de cambio, y entonces recurren a mejorar ciertas condiciones de vida. Ocurre igualmente con la necesidad de capacitar a la mano de obra asalariada, de elevar en cierta forma el nivel educacional de la población y satisfacer algunas necesidades básicas de varios sectores de las amplias mayorías de la población. Incitan y necesitan que hayan ahorros en los bancos, proclaman que todos son inversores en esas industrias y negocios, cuando se conoce que, el que aporta el mayor capital, es el verdadero dueño de esa propiedad. Pero continúa el eterno “traspaso” de una clase a otra, de un grupo social a otro, de la depauperación de la pequeña y mediana burguesía, de las grandes migraciones del campo a la ciudad, de los países subdesarrollados a los ricos del Norte desarrollado.

Y esta situación real sucediendo en cantidades y cualidades in crescendo, ahora cuando se evidencia la crisis hipotecaria, la crisis de las finanzas incluyendo a los bancos aseguradores, la crisis de los precios del petróleo en constante alza, la devaluación del dólar, la crisis alimentaria, la producción irracional de biocombustibles a partir de alimentos necesarios para la población del planeta y la especulación financiera que están subsumiendo al sistema capitalista en una recesión, inflación y estanflación provocada también por sus “guerras infinitas” contra el terrorismo, el narcotráfico, los “Estados Ejes del Mal”, los “Estados discapacitados”, los “Estados Fracasados”, los países-gobiernos que desean, con todo derecho, poseer la energía atómica para su desarrollo, el rearmamentismo acelerado de muchas naciones en la que las armas nucleares no están excluidas como medio de disuasión, las “izquierdas irresponsables”, etc.

La Revolución Cubana, sus conquistas y los pasos para resolver las problemáticas del socialismo: un gran tablero de ajedrez con múltiples variantes, pero que se necesita un cálculo preciso para no perder la gran partida.

Existen logros y conquistas en la Revolución Cubana que no debemos frenar y cercenar, experimentando con la prueba del éxito y/o del fracaso de posibles reformas que podrían mejorar los estándares de vida equitativa, de igualdad, de nuevas oportunidades para todos y de justicia social para las grandes mayorías-sin subestimar y excluir a las minorías-, pero sin prevenir las posibles consecuencias que podrían proporcionarnos un golpe de boomerang, y traernos otros problemas más graves, al tratar de resolver una o varias de las tantas problemáticas en el plano nacional, sin percibir toda la complejidad de este entramado nacional, regional e internacional. Los ejemplos de los procesos reformadores en la Europa oriental y la Perestroika soviética, aunque dirigidos sin una estrategia definida y con intenciones, después demostradas, que no eran solo para perfeccionar el socialismo, son tan cercanos en el tiempo que no es posible acometer un proceso similar y ni siquiera parecido, porque ya sabemos y comprendemos hacia donde condujeron. Cada país tiene sus particularidades y sus singularidades, y sería totalmente miope políticamente repetir en Cuba, las experiencias del desarrollo, por ejemplo, emergente y notable de la China Popular, cuya población es de mil trescientos millones de habitantes, contra los 11, 2 millones de pobladores que existen en nuestro archipiélago.

La hipocresía y la doble cara de los poderes imperiales son tan evidentes, que suelen sancionar a Cuba, bloquearla e intentar invadirla militarmente, pero no harían lo mismo con nuestros hermanos de lucha: China y Vietnam que tienen suficientes habitantes para defenderlo, consumen muchas mercancías estadounidenses y, además, en el caso del gigante asiático, estos pueden escoger zonas económicas de pleno mercado capitalista para desarrollarse-el caso del pacífico chino-y, luego, proporcionar y distribuir esos recursos financieros, industriales y agrícolas de avanzadas hacia otras zonas al centro y el occidente del país. También los EE.UU., específicamente, poseen un déficit comercial enorme, muy desfavorable, además de su conocimiento de que los chinos son uno de los países que más compran los bonos del tesoro norteamericano.

Sus políticas anti-chinas, no pasan a ser, en muchos instantes, simples retóricas, aunque desean en “última instancia” que el comunismo chino sea derrotado desde dentro, como el caso del atizamiento del nacionalismo en el Tibet, pero temen que ese enorme país se desarrolle con tal magnitud y pueda convertirse en un competidor de trascendencia. Y si China se une a Rusia y a la India, en una integración regional consolidada-el famoso “Triangulo de Shangai”-, tal paso cambiaría la geopolítica mundial, con grandes perdidas para los polos capitalistas de poder existentes: los Estados Unidos de América y Canadá, la Unión Europea y el Japón, más sus instrumentos de dominación y hegemonía visibles: el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, la Organización Mundial del Comercio y el Banco Interamericano de Desarrollo.

Algunos hablan y escriben acerca de re-significar, re-crear, re-inventar si es necesario el socialismo, de aprehender las lecciones del pasado y tomar lo positivo de todas esas experiencias y las que se desarrollan en la actualidad, pero sin copiar, porque copiar en la vida es muy negativo y mucho más en los procesos revolucionarios. Pero el debate entre las izquierdas y dentro de las izquierdas tiene que partir, además, de una dura realidad: luego del derrumbe del Muro de Berlín, la desaparición y desintegración del socialismo en el este europeo y en la propia Unión Soviética, muchas fuerzas y organizaciones de izquierda se desdibujaron, fueron conversas, cambiaron sus denominaciones y programas principistas, desertaron y traicionaron a sus bases populares militantes y a sus pueblos. Nunca antes se vivió una crisis de las izquierdas de tal magnitud, como tampoco anteriormente, el proceso de recuperación ha sido tan rápido, aunque difícil, confuso y complejo. Algunos hablaron del fin del socialismo y, no se sabe por qué motivo, del fin del marxismo que, como teoría de la interpretación y de la práctica, muy poco tuvo que ver con ese socialismo que se destruía y se suicidaba por autocomplacencia, ayudado por las agencias especiales de los países capitalista-imperialistas.

En menos de una década, esencialmente, en América Latina y el Caribe, resurgieron movimientos políticos y sociales de nueva data-aunque algunos provenían del pasado, solo que la doctrina de la Guerra Fría los había subestimado o subalterizado-que retomaron las banderas de la lucha nacional-liberadora y por la justicia social. El triunfo electoral de la Revolución Bolviariana de Venezuela, encabezada por Hugo Rafael Chávez Frías, la victoria en las urnas de Jose Inacio Lula da Silva en Brasil, el ascenso a la presidencia de Bolivia del líder indígena y social Evo Morales, el éxito de Nestor Kichner en Argentina (y, más tarde, de su esposa Cristina Fernández), la llegada al gobierno de Tabaré Vázquez en Uruguay, el triunfo de Rafael Correa en Ecuador, la revancha electoral de Daniel Ortega en Nicaragua, fueron algunos de los síntomas de los nuevos tiempos que se avecinaban.

Asimismo, la realización de los Forum Sociales Mundiales de los movimientos sociales y políticos, con sus particularidades de estar atomizados por momentos, pero que deben buscar una articulación salvadora entre ellos y los viejos partidos y agrupaciones de izquierda tradicionales, para triunfar definitivamente, es también un símbolo de los estrenados momentos históricos. Estamos hablando de los movimientos indigenistas, comunitarios, barriales, los sin tierra, los feministas, los pacifistas o anti-bélicos, los ecologistas o protectores del medio ambiente, los gay o anti-homofóbicos, las madres y esposas de los desaparecidos bajo las cruentas dictaduras militares y civiles que se entronizaron bajo la tutela del imperialismo norteamericano y la, tristemente, “doctrina de seguridad nacional”, los antiglobalizadores neoliberales, los alterglobalizadores, los anti-deudas externas, entre otros, también señalaron un re-despertar de las luchas populares.

Más tarde, se comenzó a pronunciar un discurso político acerca de un Socialismo del Siglo XXI. El concepto lanzado por Hugo Rafael Chávez Frías en el año 2005, fue recepcionado de manera inmediata por parte de los intelectuales orgánicos comprometidos y, también, por los propios pueblos que vieron una alternativa posible y real ante los agobiantes problemas del capitalismo dependiente, atrasado y deformador de las estructuras económicas y sociales de sus países.

Ese socialismo que los científicos sociales cubanos, sin realizar una reunión para llegar a un consenso, hemos denominado en el siglo XXI, porque no debe realizarse sin hacer un examen concienzudo y maduro de los socialismos que terminaron en el siglo XX, y de los otros que continuaron en el presente milenio, y aprender de todas sus enseñanzas positivas y negativas, no puede plantearse desde la tendencia, presente en algunos escritores, de que todo lo sucedido en ese “socialismo real” fue un error y, por lo tanto, hay que obviar, ignorar y omitir que hubo experiencias satisfactorias y válidas que arrancan desde la Comuna de París en 1871, y la Revolución socialista de Octubre de 1917, en la Rusia de los zares, bajo la égida de los bolcheviques y su genial conductor V. I. Lenin.

La misma Revolución Cubana proviene de esa centuria, así como la China Popular, la Coreanala Vietnamita y la Laosiana, cada una con sus características propias, pero socialistas al fin, y sin lugar a dudas. Habrá quien piense y exprese, como lo hizo Heinz Dieterich que, en Cuba, las Ciencias Sociales son mediocres y están servicialmente a tono absoluto con todo lo que hacen y dicen los dirigentes de la Revolución -artículo muy bien rebatido por los Dres. Darío Machado y Felipe Pérez Cruz- y que no están cumpliendo sus funciones de investigar, estudiar y analizar toda la problemática socioeconómica del país, de emitir criterios serios y científicamente argumentados para que sean de uso práctico de la política. O que piensen que estos no son tenidos en cuenta por la dirección del Partido, el Estado y el Gobierno. Quienes afirman tales seudo-mentiras deben saber que las ciencias sociales cubanas no están divorciadas ni subordinadas a la política, son un complemento muchas veces crítico de las mismas, no son simples herramientas que solo pretenden apologetizar las decisiones que se toman al más alto nivel, pero también deben conocer que la mayoría de los que trabajan en las distintas disciplinas y saberes, son intelectuales orgánicos y comprometidos con la Revolución. No todo es un paseo de Rivera, tal como afirmara el prestigioso intelectual cubano Alfredo Guevara, porque esas conclusiones a la que arriban los estudiosos, muchas veces, no son comprendidas por los decisores de las políticas de forma inmediata y, entonces, surgen discusiones profundas y, hasta agudas, en que cada parte defiende con sus argumentos, existiendo discrepancias e inconformidades. Pero ese es el proceso dialéctico y contradictorio, de negación, de continuidad y ruptura dentro del socialismo cubano, aunque no salga reflejado o se polemice públicamente. Los viejos axiomas de que toda discusión pública ya es una forma de solucionar el problema, o que es necesario lavar todos los “trapos sucios” y tenderlos a los ojos de todos, son verdades a medias. Hay muchas veces en que la verdadera política es la que no se ve, y aquella que no advierte al adversario y al enemigo, todas las dificultades y problemáticas, más cuando sabemos que no van a ayudarnos y si aprovecharse de ellas.

Bastaría con echar una ojeada, de simple observador, a las publicaciones de los últimos 18 años para evidenciar que los textos-libros, ensayos, monografías y artículos-no siempre concuerdan con las políticas al uso, como usualmente sucedía en períodos anteriores, cuando estábamos dentro del Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME) y existían muchas publicaciones que repetían hasta el infinito las tesis del marxismo vulgar pro-soviético, aunque esa realidad no era, ni mucho menos, absoluta. Incluso, en el exterior algunos extraen conclusiones tremendistas de que, cuando no se coincide en las posiciones, hay quiebras en el pretendido monolitismo y unanimismo que, lamentablemente, algunos órganos de prensa escrita, radial y televisiva presentan al público nacional e internacional. Pero esa realidad que existe, la estamos combatiendo internamente con todo el rigor y la mesura, la madurez y la hondura que se merece, porque tampoco podemos ofrecerles las armas a los enemigos de la Revolución. La crítica debe ser oportuna, en el sentido del lugar que se realice, el momento histórico bien escogido, la profundidad y seriedad. Nada debe ser criticado y, peor aún, ser hipercriticado con superficialidad y por un simple ejercicio de invectiva dañina y que nada ayuda a resolver.

Finalmente, venga desde donde venga la crítica, esta será bienvenida, siempre que esté dentro de los principios y de la ética revolucionaria. No somos perfectos.

En mis conferencias en el exterior les expreso a los compañeros en los distintos auditorios que no somos ni el “Infierno”, y, mucho menos, el “Paraíso”. Somos una sociedad en permanente construcción, tanto nacional como socialista, este es un proyecto social transformador en eterno proceso de rectificación, de perfeccionamiento. No nos pensamos mejor o peor que nadie, pero somos muy celosos guardianes de nuestras conquistas, nuestras victorias, nuestros triunfos, nuestros logros. Y como hemos estado sometidos a constantes campañas difamatorias, no permitimos que se nos critique al antojo, separando una reflexión de otras, una parte de la obra revolucionaria de la otra, que nos intenten aislar con mentiras y engaños, con tergiversaciones y manipulaciones, intencionadas o no. Quizás tenemos los reflejos muy engrasados cuando se trata de la auto-defensa de nuestro socialismo, porque no lo construimos para quedarnos con él, nosotros mismos, sino que hemos sido muy solidarios e internacionalistas, por lo que ha corrido o derramado sangre cubana generosa en otras tierras, en gesto desprendido y humano.

Y esos ya son grandes principios para que a la Revolución Cubana se le respete

*Dr. Orlando Cruz Capote, Investigador Auxiliar, Instituto de Filosofía, Cuba

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