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Cuba: coraje y valor

El próximo combate, por Roberto Ginebra

Ya se vislumbra el próximo combate. El político e intelectual Armando Hart, con la experiencia y la lucidez de muchos años, nos plantea de esta forma el nuevo desafío:

“Barak Obama, candidato por el Partido Demócrata a las próximas elecciones en Estados Unidos, ha declarado que si triunfa derogará las disposiciones vigentes en ese país que impiden operaciones económicas de viajes a nuestro suelo dictadas por la administración Bush. Si cumple su promesa, nacerá una nueva etapa en el combate ideológico entre la Revolución cubana y el imperialismo. En ella, para alcanzar la invulnerabilidad ideológica a que aspiramos, será necesario el diseño de una nueva concepción teórica y propagandística acerca de nuestras ideas y su origen.

Una amplia migración con distintos objetivos puede venírsenos encima y para ello debemos prepararnos culturalmente. La supresión de las limitaciones económicas impuestas a los viajes a Cuba significará que alrededor de un millón de nacidos en esta tierra o sus descendientes puedan venir como turistas o por el interés de entrar nuevamente en contacto con el terruño y sus familiares. En esa categoría se incluyen "cubanos" contrarios a la revolución o quienes simplemente se marcharon por otras razones y no podemos caracterizar como tal. A esto únanse los muchos ciudadanos de otras nacionalidades que se encuentran en diversos países a quienes se les imposibilita viajar a Cuba por las razones expuestas, incluso norteamericanos que aspiran a desarrollar relaciones de algún modo con nuestro país. Es decir, tenemos ante nosotros el reto inmenso de cómo enfrentar un tiempo nuevo en la lucha cultural contra el enemigo.”

La pregunta que se impone, después de leer la reflexión de Hart, es la siguiente ¿está Cuba preparada para la resistencia al modelo capitalista, si se levanta el bloqueo norteamericano y cesan todas las restricciones económicas y culturales? Es una pregunta compleja, cuyas múltiples aristas tocan de cerca “el lado oscuro del corazón”, es decir, nuestras carencias materiales involuntarias: las limitaciones económicas que nos impuso el subdesarrollo, reflejo del desnivel de vida del capitalismo dentro de la variante suicida de la sociedad de consumo; y las otras, las que nos trajeron la crisis económica de los noventa y el sofisticado engranaje del cerco enemigo, en su afán de quebrar nuestra obstinación de ser diferentes dentro de un mismo rostro humano.

Hart propone la elevación del nivel cultural de los cubanos y cubanas de adentro y desde adentro, y en este concepto se inscribe algo que hemos analizado anteriormente: la ética. La ética está en el principio mismo de cualquier conocimiento, de cualquier creencia, de cualquier ideología, de cualquier denominación. Y la ética patria es la más necesaria hoy. Nuestros ancestros se educaron en concepciones aparentemente obsoletas para el mundo moderno: la honestidad, la lealtad, la dignidad, etc. Cuando estos valores se unifican y forman un cuerpo social nace la ética, y desde ella se evoluciona a una u otra corriente filosófica, a una u otra categoría humana. Pero sin ella se involuciona, en cualquier posición sistémica, defendiendo cualquier idea. Reinstalarla en el mundo de hoy es una prioridad impostergable. La Revolución, tal como la veo, más allá de ideologías, es el triunfo de la ética sobre el oscurantismo.

El socialismo tiene que salir de marcos estrechos y dogmas estalinistas (que son todo lo contrario a la dialéctica marxista) y aprender a regenerarse con mayor celeridad que la maquinaria capitalista. Lenin dijo, hace bastante tiempo, que la derrota total del gran capital, tenía que ser, en última instancia, una derrota económica. Tenemos una ventaja, como ha dicho Fidel muchas veces, “el capitalismo está huérfano de ideas” En el se defiende un mismo lineamiento, caduco e insalvable, que se arropa en la sobreproducción de bienes de consumo y las regalías del saqueo mundial, dando una imagen ficticia de su poder económico verdadero. El capitalismo es, además, una ameba gigante y protomorfa, que adquiere la forma más utilitaria para lograr la consumación del proceso viral que representa: la extinción humana.

Pero, cuidado, la guerra ciertamente se ganará en su propio terreno, el gran capital, pero, en última instancia. Antes de llegar a ese combate, tienen que existir hombres y mujeres formados y forjados una misma ética, que no tiene que nombrarse socialista, pero sí tiene el deber de confluir en lo social; sino se corre el riesgo de perecer en el desarrollismo, en el doble discurso de la demagogia y la hipocresía, (nominado eufemísticamente “doble moral”, a sabiendas de que la moral es sólo una y no conjura a la simulación), en el egoísmo individualista, en el consignismo. El modelo capitalista es un modelo de absorción. El nuestro es un modelo de liberación. Es la hora del rescate del “hombre nuevo” guevariano, sin trampas ni tergiversaciones, ajustándolo a los desafíos de la sociedad contemporánea.

Cuando Armando Hart clama por nuestras raíces históricas, sean nacionales, latinoamericanas o universales (“que no es lo mismo, pero es igual”, parafraseando al trovador) me parece que se adelanta al primer paso. El experimentado intelectual nos pide reforzar la educación, la lectura y el análisis, la interiorización y defensa de lo autóctono, volviendo una y cuantas veces sea necesario, como es de esperarse en uno de los Jóvenes de la Generación del Centenario, al gran Martí nuestro americano: “Injértese en nuestras repúblicas el mundo, pero el tronco ha de ser de nuestras repúblicas.” Pero las reglas del juego son impuestas aquí y ahora; son nuestras reglas, no pueden orientarse a la autoflagelación ni a la deserción, y mucho menos al derrumbe del sistema.

Esta propuesta no es un repliegue del comunismo, como fase superior de la historia social del hombre, todo lo contrario, es un reajuste dialéctico, una reorganización de nuestras fuerzas ante la ofensiva avasallante del imperialismo, consecuente y coherente con las ideas originarias de nuestra ideología. El de Hart es un análisis objetivo y cardinal, pero antes de llegar a lo social, a lo cultural hay que llegar al sujeto primario, al ser que vive y siente en cada persona. Lo primero, a mi juicio, es el aprendizaje individual, después se educa. Lo primero, ya está dicho, es la ética propia, para alcanzar después la ética patria. La no exclusión tiene que fortalecer nuestra ética, contra cualquier proposición sectaria o de aislamiento ideológico. Los valores individuales tienen que ser el cimiento de nuestra cultura política, científica, militar, económica.

Revertir el proceso de pérdida de valores individuales, a la par de un moderado aumento del nivel de vida en Cuba, sin dejar que nos absorban los estándares consumistas del mal llamado “mundo libre” es la primera gran tarea. De está forma, y sólo de esta forma: el aprendizaje de principios morales primarios: solidaridad, estoicismo, honradez, patriotismo, etc. y en correspondencia al mismo una vida menos limitada en lo material y totalmente libre en lo espiritual. Así, a pasos de gigantes, se llegará al objetivo mediato, una visión social de la nación, del continente, del planeta, de la especie, para retornar de nuevo a la semilla, a nosotros mismos.

Y advierto que no se trata de nuevas prohibiciones, sino de nuevas alternativas. Tenemos un arsenal de ideas aun por explotarse, que funcionarán mejor contrapuestas a las otras, a esas que nos vende el unilateralismo económico cultural como fetiche anulador. Los horarios diurnos en las familias, en las escuelas, en los centros laborales, en los medios de difusión, tienen que estar orientados a la promoción de esos valores. No con la jerga consignista, no con el pasquín panfletario. Con las armas del enemigo revertidas a nuestro favor, si no hubiera más alternativa, como en la guerra. Con las armas del enemigo, sí, pero no con “las armas melladas”, sino con aquellas que funcionan con toda eficacia y refuerzan el predominio imperial en detrimento de la humanidad. Esas, hay que aprender a usarlas, para abolirlas después. Hay que propiciar la ofensiva mediática mediante la contracultura de entretenimiento. Hay que lograr la promoción y estímulo a la integridad moral en la familia y en el trabajo, sin premeditación ni condicionamiento; y hay que poner en práctica cualquier otra medida de esta índole que favorezca el crecimiento interior, lejos de cánones esquemáticos y estilos de vida insostenibles. Hay que ser sutiles, no falaces, sin cambiar de bandera y sin dejarla caer, aunque para defenderla hagan falta los brazos en alto de nuestros muertos.

El próximo combate no depende del triunfo demócrata: es un combate que ya ha comenzado. Pase lo que pase en las elecciones norteamericanas, nos urge cambiar de estrategia. Si no es Barak Obama, otro ideólogo de derecha apostará por la penetración económica y cultural, como medio maquiavélico para su fin: la derrota absoluta de la Revolución Cubana.

Y la derrota para nosotros, compañeros, no es siquiera una opción posible.

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