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Cuba: coraje y valor

Los principios éticos de una polémica desde la izquierda, por Orlando Cruz Capote*

Siempre he considerado una problemática muy complicada las discusiones desde las izquierdas o dentro de las izquierdas. Porque muchas veces los debates necesarios y complejos que deben enriquecer la teoría y la práctica revolucionaria devienen en diatribas, adjetivizaciones y, lo peor, en escisiones y divisiones en las filas de los que deben y pueden enfrentar al capitalismo y al imperialismo como objetivo supremo. En ocasiones la disputa acerca de la estrategia, la táctica y los métodos empleados, así como sobre el programa ideopolítico mínimo y el máximo, dentro de las heterogéneas fuerzas sociopolíticas transformadoras, no coadyuvan a encontrar fórmulas adecuadas para todos que, además, no existen, ni de manera absoluta ni tampoco eternas.

En los altercados, que dejan de ser prosperas polémicas, se pierden los posibles principios comunes que deben unir a las organizaciones revolucionarias que, a su vez, deben articular a todas las disímiles clases, capas, grupos, sectores y estratos sociales, explotados y oprimidos, marginados y excluidos, en la lucha contra el capital y se sobredimensionan las diferencias, perdiéndose hasta la más mínima oportunidad de los probables y necesarios consensos, compromisos y alianzas. En muchos casos las actitudes tozudas son causadas por falsos protagonismos, “vanguardismos iluminados” que proclaman sus verdades como las únicas, ambiciones por ocupar espacios de poder y egocentrismos personales o de grupos. La impar ganadora en estos debates desgastantes y desgarradores desde o dentro de la izquierda, lamentablemente, es la derecha que siempre ha estado y estará unida junto a sus tres principios inalienables: la sacrosanta propiedad privada, el libre mercado y la obtención de mayores ganancias y/o plusvalía, con sus secuelas concomitantes de explotación y opresión, enajenación / alienación.

Ello ocurre, con mayor frecuencia, en el análisis más maduro y concienzudo de lo general a lo particular, o a su inversa, de la singularidad a la visión universal-general. Es lo que algunos han llamado “el sacrificio de las partes en el altar del todo” o, en su anverso, el “sacrificio del todo en una de sus partes”, que niega la dialéctica y la lógica del materialismo marxista que continúa siendo una cosmovisión del mundo básica, una teoría de la praxis válida y un saber o una ciencia generalizadora de los conocimientos, tanto de la realidad objetiva y de la subjetiva, que continúa su proceso de crecimiento y de tomar lo mejor de otras escuelas de pensamiento y de los adelantos de la ciencia y la técnica, pero aun más, se alimenta de los saberes cotidianos de la gente más común que convive en nuestras sociedades.

Pero todos los actores sociales o los agentes del cambio revolucionario, de una forma y otra, están inmersos en diversos escenarios locales, nacionales, regionales e internacionales en el combate contra el enemigo común: el Sistema de Dominación Múltiple del Capital. Y resulta un verdadero rompecabezas poseer una visión de conjunto y determinar con precisión donde, cómo, cuando y contra cuál adversario asestar los golpes esenciales.

Así ha sido a lo largo de la historia de las ideas y las prácticas de las izquierdas,

-desde que estas se denominaron de esta forma, como contrarias de la derecha- que, como son diversas, y han estado perpendicular o tangencialmente atravesadas por escuelas, corrientes y tendencias de pensamientos y accionares disímiles en el tiempo y el espacio, toman caminos o vías diferentes para realizar sus objetivos de corto, mediano y largo plazo: la transformación paulatina o radical de la sociedad. Todo sucede en medio de las asimetrías de los movimientos populares que se desencadenan o se paralizan en una misma condición sociohistórica concreta y que actúan, no al unísono, sino de forma desigual porque no concuerdan en sus ímpetus y posibles desmovilizaciones, aunque en algunos momentos muy precisos pueden actuar mancomunadamente.

Como no existe una “unilinealidad” afirmativa y sí un zigzag permanente en la evolución y desarrollo de los procesos y acontecimientos históricos y en el devenir de los combates nacional liberadores y por la justicia social, que no excluyen retrocesos y estancamientos, la misión histórica de los partidos políticos de izquierda -los tradicionales y los nuevos-, de los movimientos sociales y de otras fuerzas que no todas son de izquierda, aunque así lo proclamen (algunas son de centro, centro-izquierda, reformistas, socialdemócratas, demócrata-cristianas- aunque algunas de estas hace ya algún tiempo dejaron de ser de izquierda, principalmente luego del derrumbe del Muro de Berlín-, populistas, anarquistas, anarcosindicalistas, trotskistas, socialistas utópicas, del pensamiento social crítico, y otras de un eclecticismo tan dificultoso para poder determinar su verdadero “núcleo duro” de principios ideopolíticos y socioeconómicos, etc.), se convierte en un problema muy peliagudo de solucionar a través de una fórmula que a lo mejor sirvió en otras situaciones similares y/o en otros tiempos. Es entonces cuando tales organizaciones de izquierda, sin caer en dogmas y en esquemas preconcebidos, tienen que realizar un análisis dialéctico muy singular y creativo del escenario sociohistórico concreto, en todas sus aristas, para re-crear las enseñanzas y lecciones históricas pasadas y las presentes, que transcurren paralelamente a su proceso, para desarrollar sus propias experiencias de lucha y experimentar con mucho cuidado y madurez, pero con audacia revolucionaria, sus planes de acumulación de fuerzas y de toma del poder político. Teniendo que ser también capaces de rectificar esas directrices trazadas inmediatamente que la situación varíe o contradiga sus acciones teóricas y prácticas.

Es lo que Vladimir Ilich Lenin denominaba los desarrollos independientes del marxismo, el arribo al socialismo por diferentes vías o caminos y de no tratar de seguir al pie de la letra lo acontecido en la praxis o en las teorías existentes, sino de “atrapar” el espíritu vivo de esas enseñanzas y concepctualizaciones, para ser creativos y singulares, a veces, con una alta dosis de excepcionalidad. Esa autenticidad, autoctonía y creatividad son los ingredientes que conforman a las grandes revoluciones de la historia.

Las discrepancias, contradicciones y hasta antagonismos entre los revolucionarios deben poseer, sin embargo, principios éticos inviolables. Estos principios morales-éticos no afectan las discusiones, debates y polémicas, porque el respeto hacia el pensamiento ajeno, el no imponer criterios desde una autoridad que no todos reconocen o tienen que reconocer como infalible, el intercambio de ideas provechoso aunque no se esté de acuerdo con el otro, el no inmiscuirse intrusamente en los asuntos internos de otras fuerzas revolucionarias, el deber de indicar al amigo o camarada de lucha sobre errores cometidos, insuficiencias y deficiencias sin extralimitarse y sobre la base de una crítica realmente constructiva son la base de una militancia y tolerancia proletaria y socialista, de izquierda y comunista, honesta y sincera. Cuando una de estas reglas elementales se violan o se distorsionan surgen serios problemas en la unidad del movimiento revolucionario. Nadie debe enjuiciar a otro revolucionario, a no ser que este haya perdido su condición de tal, porque una personalidad o una organización no puede ser juez supremo de las ideas y de las acciones de las otras.

Y aquí reaparecen problemáticas que resultan en la mayoría de los ejemplos reales como simple y llanamente insolubles. Porque unos se endilgan a otros epítetos y agravios, insultos ideologizantes, a veces se toman actitudes intelectualoides por parte de algunas agrupaciones y personalidades que no ayudan a dirimir donde se encuentra el punto medio de un encuentro, de un compromiso y de una comprensión. Discusiones además, que no deben ser trasladadas obligatoriamente al seno de la discusión pública -para eso están las discusiones camaraderiles en privado-, porque el enemigo de clase, astuto y oportunista, encuentra posibles quiebras en las filas revolucionarias y aprovecha las mismas para alimentar el debate y encauzarlo hacia otra dirección que no es la correcta y ni la que más conviene a la unidad. Unidad que no significa uniformidad y, mucho menos, identidad absoluta en todos los puntos del debate, sino una unidad dentro de una gran diversidad que todos debemos respetar.

Algunas opiniones vertidas, que no son tesis y ni siquiera conceptualizaciones elaboradas para presentar un decálogo de líneas principistas son tomadas como tales y surgen respuestas inesperadas que sí intentan realizar una especie de catecismo, desde ese ángulo del intelectual que las elabora y que las crítica desmedidamente, aportando una interpretación desmesurada y fuera de toda lógica racional.

El Dr. James Petras, el cual se autodenomina un amigo de la Revolución Cubana -crítico- ha realizado ese ejercicio intelectual en varias ocasiones, desde los años 90 de la pasada centuria (aunque también anteriormente), no sólo con Cuba sino con otros procesos revolucionarios. Aunque para el autor de esta página, Petras es un hombre inteligente, siempre ha tomado una posición de francotirador que no beneficia a las fuerzas de izquierda. Porque cuando se parapeta tras cualquier definición debe realizarse no desde un cómodo gabinete, un aula o un estrado de conferencista, hay que hacerlo desde una práctica comprometida en las propias luchas revolucionarias, sin arrepentimientos y desilusiones, frustraciones y amarguras propias que se transmiten en sus escritos. No se puede ser un francotirador sin estar dentro de una organización revolucionaria y, mucho menos, confeccionar análisis desde una gran biblioteca. Porque Petras, además, “habla y opina de todo porque sabe de todo”, hecho de por sí muy sospechoso porque no pueden existir mentes tan abarcadoras de una realidad compleja a nivel mundial, regional y nacional que lancen, incesantemente, propuestas y críticas “fundamentadas” hacia todo lo que se dice y se hace en el Planeta.

Cuando hace pocos días Petras escribió “Ocho tesis erróneas de Fidel Castro. Fidel Castro y las FARC” volvió a caer en ese abismo del hombre inteligente que pierde la perspectiva ante un viejo camarada de lucha que ha demostrado a lo largo de su vida que es un militante solidario e internacionalista a toda prueba. Lo hizo contra un líder guerrillero y de una Revolución que lleva 50 años de resistencia contra el imperio más fuerte de la historia, frente a un rebelde hereje, a un revolucionario que siempre ha estado en el frente de batalla sin importarle su vida como dirigente, y al que no le sirven moldes ni dogmas para encasillarlo. Ni siquiera voy a expresar ante una autoridad del movimiento revolucionario cubano, latinoamericano y universal, porque el compañero Fidel no es un ser humano vanidoso y en muchas ocasiones ha sido el principal autocrítico de sus errores y de las deficiencias internas de la Revolución que el encabeza junto al Partido Comunista de Cuba.

Pero al afirmar que Fidel “se ha unido dócilmente al coro que condena a las FARC”, Petras no quiere un debate sino un combate ideológico de envergadura con la Revolución Cubana. Quién conoce y comprende a Fidel Castro sabe que nunca ha sido un revolucionario inmaduro y si muy radical -la palabra viene de raíces, y no de un fundamentalismo ciego o miope-, que no escribe una palabra de más o de menos sin plena conciencia del por qué lo hace, y que tiene una visión estratégica más aguda que muchos otros…

Recuerdo ahora que en el año 1973, el compañero Fidel Castro que, además, es aún el Primer Secretario del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, dijo que en la Sierra Maestra y en los llanos cubanos se luchaba entre 1956-1958 contra la dictadura de Fulgencio Batista, pero que después del triunfo revolucionario del Primero de Enero de 1959, el enemigo principal había pasado a ser el imperialismo norteamericano. Si se leen algunos documentos de Fidel Castro desde 1953, en el exilio mexicano y en el Oriente cubano se puede encontrar aseveraciones que precisamente no lo ubicaba como un revolucionario reformista, populista y pro-norteamericano, sino como un patriota latinoamericanista, antiimperialista e internacionalista convencido. Sólo que la táctica y la estrategia le indicaba, como se lo indicó a José Martí, que no podía cumplir una segunda tarea tan difícil sin culminar la primera.

Sería conveniente preguntarle a James Petras: ¿Quién es hoy el enemigo principal que intenta desestabilizar a Cuba, Venezuela, Bolivia, Ecuador, y Nicaragua?; ¿Contra quienes debemos dirigir todas nuestras fuerzas revolucionarias continentales? Este es el problema que Petras no ve, o no quiere ver, tras los artículos de Fidel. El imperialismo norteamericano está apostando al Plan Colombia para crear un enfrentamiento entre el pueblo de ese país, y los pueblos venezolano y ecuatoriano. Esa guerra podría ser el fin de esas revoluciones porque la debilitarían al encender los ánimos patrióticos -y patrioteros- de muchos pobladores de esas naciones. Si detenemos la guerra promovida por los Estados Unidos de América estaremos brindando un tiempo para el fortalecimiento de esos procesos revolucionarios, todos con sus matices diferentes, y ganando la batalla sin necesidad de disparar un tiro. Y también evitaríamos que el pueblo colombiano, las FARC y las demás organizaciones de izquierda se vean envueltos en un conflicto bélico fronterizo e internacional.

¿Piensa Petras, con esa autosuficiencia adquirida a través de los años de su quehacer periodístico y publicista que Fidel desconoce a las oligarquías internas de América Latina y el Caribe, ahora transnacionalizadas y funcionando como garante y gerente del hegemónico y globalizante capitalismo-imperialista transnacional neoliberal? Este es otro problema de Petras, siempre subestima e intenta lesionar al oponente en el debate.

¿Cree de veras Petras que el compañero Fidel Castro intentó denigrar a Marulanda, toda una leyenda en el movimiento guerrillero latinoamericano al que todos respetamos y admiramos por su tenacidad y voluntad de luchar y resistir? ¿Intenta indicar Petras que Fidel Castro desconoce al panorama político, social y económico colombiano y que solo sabe del mismo a través de la prensa colombiana y norteamericana, cuando en Cuba se estudia e investiga por múltiples institutos de educación superior la realidad de Nuestra América, y Fidel Castro no sólo lee incesante y rápidamente los cables de noticias, sino informaciones muy serias y profundas de las realidades del mundo y, en especial, de América Latina y el Caribe?

¿Por qué Petras afirma que “[…] Castro promovió una teoría de «focos de guerrilla» entre 1963 y 1980, en donde grupos pequeños de intelectuales organizarían un núcleo armado en el interior del país, entrarían en combate y atraerían el apoyo masivo de los campesinos. Todos los focos de guerrillas «castristas» fueron derrotados (aniquilados) rápidamente en Perú, Venezuela, Brasil, Uruguay (focos urbanos), Bolivia y Argentina […]“? ¿A que viene esa mentira descabellada de que Cuba fue partidaria de la “teoría del foquismo”, tesis difundida por el francés Regis Debray, si se conoce y él debe conocer que Cuba nunca negó la lucha política, cívica, la electoral, la de masas, los partidos políticos de vanguardia, los combates proletarios y campesinos, los de la pequeña y mediana burguesía radicalizada, así como de los intelectuales orgánicos? ¿Hay que hacerle llegar a Petras algunos pasajes de la historia de la Revolución Cubana para que aprenda, por primera vez, esas verdades?

El Dr. James Petras conoce que Cuba nunca hizo un reduccionismo obrerista en su programa de lucha al interior y al exterior, que no creó ningún foco guerrillero, sino que apoyó a aquellos revolucionarios nacionales e internacionalistas que comenzaron sus luchas sociales y de liberación nacional en sus países de origen, pero que fue incapaz de organizar una intromisión y desestabilización en otra nación por cuenta propia, sino que ayudó con sus limitadas fuerzas y recursos a los militantes revolucionarios no solo latinoamericanos y caribeños, sino africanos y asiáticos que luchaban contra los imperialismos y las oligarquías burguesas que habían unido fuerzas contra la Revolución Cubana, expulsándola y sancionándola de la Organización de Estados Americanos (OEA) en el hemisferio occidental, respectivamente, y contra la explotación y opresión del régimen del Apartheid y las ex-metrópolis capitalistas y colonialistas europeas y de los EE.UU., en la lejana África y el Vietnam heroico.

Sin detenerse en sus interpretaciones distorsionadas y manipuladas, Petras arremete no solo contra Fidel Castro sino que afirma: “[…] Chávez utilizó la liberación de Betancourt para abrazar a su «enemigo» Uribe y distanciarse más de las FARC, en particular, y de los movimientos populares de Colombia, así como para construir puentes hacia una presidencia estadounidense post Bush. Chávez también se congració con los medios de comunicación pro imperialistas recibiendo comentarios favorables del candidato presidencial estadounidense de derecha, quien «esperaba que las FARC aceptasen el consejo de Chávez de desarmarse». “Cuba, o al menos Fidel Castro, utilizó la «liberación» de Betancourt para exteriorizar su hostilidad, que se remonta por lo menos a 1990, hacia las FARC, ya que éstas obstaculizaban su política de reconciliación con el régimen colombiano”.

Ya casi no queda tiempo y espacio para el comentario que escribo negando el octálogo de errores del compañero Fidel Castro, que ha propuesto el profesor Petras que, por cierto, ha venido a Cuba en muchas ocasiones y lo hemos recibido con respeto, escuchando sus opiniones hasta vertidas en la televisión nacional. Pero después de las citas expuestas y de esta que sigue “¿El equilibrismo entre el interés nacional de Cuba por los vínculos diplomáticos y comerciales con Colombia y las proclamadas credenciales revolucionarias forman parte de las «complejidades» de la política exterior cubana?”, no me dejan sino sentir un sabor amargo de alguien que, siendo inteligente, está vendiendo consciente o inconscientemente sus conocimientos al adversario y que está promoviendo, como ya dije, un combate ideológico y político de envergadura, no contra un amigo, ni siquiera un simpatizante, sino contra alguien que considera un adversario o un enemigo.

Las posiciones de James Petras parecen haber hecho algún giro de malabarista de 180 grados. La acrobacia a la altura de sus años no es buena para su cuerpo, ni para su mente ni siquiera para su espíritu. He conocido personas que se han convertido al conservadurismo al final de sus días y otras que, al contrario, se han radicalizado. Por lo que parece que el problema no de es de edad y de arrugas en la piel, sino consiste en la perdida de conciencia revolucionaria y comprometimiento político con los pobres de la tierra.

James Petras no quiere un diálogo revolucionario, no lo quiso hace alrededor de un año, cuando lanzó otro ataque disimulado contra la Revolución Cubana. En ese momento, el prestigioso intelectual mexicano Pablo González Casanova le salió al paso con sólidos criterios. Todos leímos esa polémica rara y extraña que Petras “había sacado de debajo de la manga”, como un mago. Ahora, indudablemente lo desea menos. Quizás desea un protagonismo mayor en las páginas de Internet. Yo no soy un intelectual de élite, ni siquiera famoso o popular, pero tengo fuertes convicciones revolucionarias para no permitir que se insulte a Fidel. Ese Fidel Castro que nos enseñó que si cada cubano se sentía como Nación, Revolución y Socialismo, nuestro proceso revolucionario estaba salvado ante cualquier agresión. Por eso contesto de esta forma ante esa provocación inaudita.

Aunque su discurso se vea del lado de la izquierda, el extremismo de James Petras al atacar a Fidel y a Chávez, no dejan mucho lugar a dudas de que parte se inclina la balanza o hacia a quien apunta su brújula extraviada. No es que no pueda enunciar sus críticas -ya lo escribimos al principio de este artículo-, sino de la falta de ética revolucionaria, de la deshonestidad y los engaños con que la realizó.

Y eso huele a oportunismo, a un “striptease” público y un “travestismo” ideopolítico de la peor especie.

Dr. Orlando Cruz Capote, Investigador Auxiliar, Instituto de Filosofía, Cuba

Los subrayados son de esta editora

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