Mensaje de Fidel a los intelectuales abre Congreso por la Paz en Sinaloa

Los organizadores de la VI Conferencia  Internacional por el desarrollo humano y la paz mundial, que organiza  cada año la Universidad Asia Pacífico de Mazatlán, Sinaloa, habían  solicitado un mensaje del líder histórico de la Revolución Cubana para  abrir los debates del encuentro. Y les trajimos un resumen de sus palabras a los intelectuales que asistieron a la Feria Internacional del Libro de La Habana.
 
 Durante 42 minutos, el auditorio de más de 200 personas, entre delegados  a la conferencia y estudiantes universitarios, siguió con atención y en  silencio las palabras de Fidel. “Un regalazo”, comentó una profesora  a  mi lado, mientras la mayoría reía con los irónicos comentarios del  Comandante sobre aquella vez, hace 19 años, en que “el demonio” se paró  en la Cumbre de Río para advertir que la especie humana estaba en  peligro de extinción.
 
 Asombrado por la visible vitalidad del líder cubano, el señor Mphakama  Nyangweni Mbete, embajador de Sudáfrica en México, solo distrajo su  atención para preguntar qué tiempo hace que se grabó el mensaje. La  mención a los acontecimientos en Túnez y Egipto lo había sorprendido.  Pensó que era una grabación de años anteriores.
 
 Más tarde, también  Mbete sorprendería al resto de los participantes al  confirmar que su país había adquirido armamento nuclear en la era del  apartheid y estuvo a punto de utilizarlo en la guerra contra Angola. Lo  dijo al responder una pregunta del Dr. Alfredo Millán, coordinador de la  conferencia, quien a su vez confesó haberlo sabido “por las Reflexiones  de Fidel”.
 
 Al terminar la transmisión y todavía entre aplausos, varios profesores  se acercaron a nuestra butaca para pedir copia del video. Quisieran  utilizarlo en sus clases.
 
 Ya en la tarde, el panel “Los medios de difusión y la paz mundial”,  donde me correspondió exponer, acaparó casi todo el público y el mayor  tiempo de preguntas y debate durante la primera jornada de la  Conferencia. Como me confirmó más tarde una joven profesora  universitaria, muchos habían seguido nuestro rastro, impactados aun por  la lucidez y la contundencia del llamado de Fidel a la conciencia de ese  “injerto de talento y bondad” que son los intelectuales.
 
 Nuestra presentación en el panel -“Las armas del juicio” [ver a  continuación de este texto]- trataba precisamente sobre cómo él ha hecho  y hace para invertir la lógica de los medios que sirven a la guerra.
 
 http://www.cubadebate.cu/noticias/2011/02/25/mensaje-de-fidel-a-los-intelectuales-abre-congreso-por-la-paz-en-sinaloa/
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 Conferencia de Arleen Rodríguez Derivet en el panel “Las armas del  juicio”, en la VI Conferencia Internacional por el desarrollo humano y  la paz mundial, de la Universidad Asia Pacífico de Mazatlán, Sinaloa.
 
 Vivimos en un mundo de miedo. Cuando nuestros seres queridos se apartan  de nosotros, por razón de un viaje o sencillamente para ir al sitio de  la tarea cotidiana, junto con el beso de despedida, antes que decir “te  amo”, decimos “cuídate”. Es la palabra que más escuché antes de viajar,  en boca de los que quiero y me quieren.
 
 Los diarios, los noticieros, los libros y hasta las películas nos  cuentan sin fatiga que la muerte es cada vez menos natural y más  provocada por la misma especie que durante siglos ha creado obras  maravillosas para atrasarla, detenerla, evitarla antes de tiempo.
 
 La culpa de nuestros miedos nace de un absurdo: la Humanidad, al mismo  tiempo que se deslumbra a sí misma con maravillosos inventos, entre  ellos algunos que ya superan a la imaginación misma,  crea a una  velocidad y con intensidad superior armas mortíferas como aquellas que  hicieron decir a Albert Einstein que si bien no se sabe con cuáles se  hará la III Guerra Mundial, sí es un hecho que la IV será con palos y  piedras. Hoy podemos corregir al genial físico: ni polvo quedará porque  el riesgo de muerte es ya para toda especie viva. A ese punto nos hemos  llevado con la irracionalidad de gastar más en armas que en alimentos,  más en guerras que en expediciones solidarias.
 
 Hasta en las Naciones Unidas, ese conjunto que pudo y no ha sabido ser  el templo mundial de la paz que merecían las víctimas y los combatientes  contra el nazifascismo tras las II Guerra Mundial, mientras se emiten  cientos de advertencias y críticas a la producción de armamentos,  prevalece la tiranía de un  Consejo de Seguridad donde cinco potencias  siguen reuniéndose para decidir qué castigos merece el resto. Y casi  siempre esos consisten en nuevas guerras.
 
 No es un secreto tampoco que es de algunas de esas potencias de donde  salen por cientos de miles, otros tipos de armas que el mercado pone al  alcance de cualquiera, desestabilizando sociedades enteras, donde ya no  causa asombro leer que un niño mate a sus padres o a sus compañeros de  clase o que una fiesta juvenil termine en una masacre provocada por  sicarios del crimen organizado. En América Latina esas armas son la  primera causa de muertes civiles.
 
 Como si la imaginación tuviera un límite cuando se trata de construir la  paz, lo que Naciones Unidas se inventó para garantizarla es también un  ejército. Y los famosos enviados por la Paz son líderes políticos que  ejercieron el poder haciendo o apoyando guerras. Hasta el Premio Nobel  ha perdido credibilidad y respeto por la cantidad de guerreristas  laureados.
 
 Haití, extremo de los extremos del infierno en que se ha convertido el  mundo empujado por las armas y las guerras, sufre un terremoto y Estados  Unidos va a apoyarla con diez mil hombres armados hasta los dientes,  los que van a sumarse a otros tan armados como ellos, a pesar de sus  cascos azules y su supuesta misión humanitaria.
 
 Frente a ese horror que confirman los escalofriantes datos de que  asciende a un billón de dólares el gasto militar mundial cada año, las  mujeres y los hombres con cierto grado de conciencia de la gravedad de  los hechos, pensamos ¿qué hacer? ¿qué hago?
 
 Como periodista que hace casi 30 años sigo de cerca los acontecimientos  políticos, no puede dejar de espantarme el modo en que nuestra profesión  ha sido y es cómplice de ese permanente cerco a la paz.
 
 Desde los tiempos de William Randolph Hearts y su famoso telegrama al   dibujante enviado a Cuba por su diario, para que con su obra le ayudara a  construir a Estados Unidos los pretextos para la entrada en la guerra  de Cuba contra España, que dio nacimiento al imperio norteamericano, los  medios de comunicación suelen garantizar la primera baja de todas las  guerras: la verdad.
 
 Basta ver a qué naciones demonizan los grandes conglomerados mediáticos para saber por dónde se aproximan las próximas guerras.
 
 Como si una línea editorial universal única los guiara, en todos los  idiomas y en todos los soportes, comienzan a emitirse mensajes que  caminan en el sentido de la próxima conflagración. Qué importa si en  unos años o en unos meses, a veces hasta en unas semanas, nos  enteraremos - ayer por los documentos desclasificados de una Universidad  norteamericana y hoy por el espectacular Wikileaks de la era internet-   que muchas de las noticias que justificaron una invasión eran falsas o  fueron convenientemente manipuladas.
 
 Si murió un millón de personas, si se destruyó totalmente un país y se  agravaron a nivel planetario todas las crisis: alimentaria, ambiental,  energética…la relación de esos desenlaces con las mentiras originales  será raramente establecida.
 
 Nos enseñarán nuevas palabras como efectos colaterales, con lo cual las  mayorías entontecidas por la avalancha de informaciones de muerte  cotidiana no pasarán de lamentarlo, si acaso criticarlo y al final  sentir que es demasiado tarde y ya no hay nada que hacer. Cada uno se  encerrará en su espacio a seguir viendo las noticias con horror pero al  mismo tiempo con una cierta alegría egoísta porque hasta su cueva  moderna no han llegado los tiros, allí no ha corrido su sangre…todavía.
 
 Hace 120 años, en un ensayo que se considera medular en su impresionante  obra escrita en solo 42 años de vida, José Martí, periodista, escritor y  Apóstol de la independencia de Cuba, advertía:
 
 Cree el aldeano vanidoso que el mundo entero es su aldea, y con tal que  él quede de alcalde, o le mortifique al rival que le quitó la novia, o  le crezcan en la alcancía los ahorros, ya da por bueno el orden  universal, sin saber de los gigantes que llevan siete leguas en las  botas y le pueden poner la bota encima, ni de la pelea de los cometas en  el Cielo, que van por el aire dormidos engullendo mundos. Lo que quede  de aldea en América ha de despertar. Estos tiempos no son para acostarse  con el pañuelo a la cabeza, sino con las armas de almohada, como los  varones de Juan de Castellanos: las armas del juicio, que vencen a las  otras. Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra.*
 
 En esa frase se inspiró Fidel Castro para nombrar la batalla de las  ideas de la que se declaró soldado cuando, separado de la actividad  pública como jefe de Estado por razones de salud, comenzó a escribir  alertas para el mundo desde lo que llama sus “Reflexiones”.
 
 Quiero recordar que se trata del mismo líder político que demostró que  con muy pocos recursos materiales, se podían salvar miles, millones de  seres humanos, si en lugar de soldados, los países bajo crisis  humanitarias recibían médicos. Y mandó los que Cuba había formado  durante años en una política educacional sorprendente y única para una  nación del Tercer Mundo. Y no solo a Haití, donde permanecen hace más de  una década y son amados y defendidos por el pueblo, sino a naciones de  cuya existencia casi nadie conocía, en África, Asia, América Latina.
 
 Fidel, quien también creó la Escuela Latinoamericana de Medicina -que  forma miles médicos de todas las geografías y sin embargo no tiene un  Nobel de la Paz que sí le han dado a los que envían soldados al Tercer  Mundo- con la especial  habilidad que le otorgan los años vividos al  servicio de una causa justa cercada por un imperio, demuestra con sus  cada vez más frecuentes Reflexiones que los medios no tienen que ser  necesariamente el combustible de los conflictos.
 
 Si se les sigue y se les interpreta con  inteligencia y sensibilidad,  también pueden ser un termómetro eficaz para detectar por qué caminos se  nos vienen encima las crisis y las guerras que generan las crisis.
 
 Infatigable lector, genial político en cuanto los hay, no se somete a  las noticias, no se deja adormecer por su fatídico espíritu de hecho ya  acontecido, sino que las somete a ellas al análisis previsor, bajo otro  principio martiano que afirma que “gobernar es prever” y  avisa, sacude  conciencias y quizás un día se acepte que con sus alertas ha detenido  más de una guerra.
 
 El pasado año, cuando todas las armas apuntaban a Irán y Corea del  Norte, Fidel, con una persistencia que sus adversarios han querido  ridiculizar sin éxito, destapó las cartas de los guerreristas y pintó  los escenarios posibles de desarrollarse esos conflictos en una era en  que bastarían las 100 bombas nucleares que poseen apenas dos países como  India y Pakistán, para provocar que toda la humanidad pierda de vista  al Sol por ocho años y se produzca un espantoso  invierno nuclear.
 
 Y no olvidó recordarnos que, aun bajo el manto del secretismo  estratégico de las potencias, se conoce ya  que suman más de 20 000 las  armas de ese tipo disponibles en el mundo.
 
 No veremos en los medios que durante más de 50 años lo han demonizado,  un reconocimiento público al mérito de las advertencias del líder  histórico de la Isla, pero nadie podrá negar que solo él relacionó  noticias aparentemente desconectadas, con los números de la actualidad y  los hechos del pasado para concluir que la especie se encamina  aceleradamente hacia el suicidio colectivo, guiada por la fiebre de la  guerra, cuyo germen es, desde siempre, la ganancia, el dinero, por  encima de cualquier otra consideración, incluso la de la vida.
 
 Él sabe y lo ha repetido muchas veces, que la Humanidad estará en la pre  historia, mientras practique la guerra como solución a sus crisis y  hace solo unos días, aprovechando la celebración de un evento cultural  en La Habana, invitó a intelectuales de América Latina, Norteamérica y  Europa a movilizar conciencias ante el riesgo cada vez más inminente de  que el fin de la especie humana está próximo como consecuencia de la  irracionalidad  del actual orden internacional.
 
 Piedad Córdoba, gran luchadora por la paz de nuestra región, a quien  entrevisté hace poco, me decía que parece un milagro la recuperación que  ha experimentado la salud de Fidel Castro. “Dios nos ha dado una nueva  oportunidad para que lo escuchemos, porque ya en el mundo no quedan  políticos como él, con su capacidad para ver y alertar los peligros”, me  dijo la Negra, esa mujer, también demonizada, escarnecida, amenazada  ella y su familia, humillada sin razón, por empeñarse en hacer que la  paz regrese a su país, enlutado por medio siglo de guerra.
 
 Pero, volviendo a Fidel Castro y a sus Reflexiones sobre los más graves  peligros de nuestra época, quisiera afirmar que como periodista lo que  me deslumbra y alienta es que alguien de su dimensión intelectual y  política, con el alcance que el prestigio que su vida le otorga a sus  palabras, le esté dando por fin, a la humilde obra que nuestro oficio  genera, un uso noble y salvador.
 
 En las antípodas de aquel zar de la prensa que puso ese maravilloso  instrumento de comunicación de masas al servicio de una guerra, abriendo  así una historia de complicidades y mentiras que en esta época ha  alcanzado cotas de locura, Fidel Castro lee diariamente cientos de notas  y comentarios de la prensa de todo el mundo con la misma meticulosa  precisión con que un médico revisa a un paciente en terapia intensiva:  la ausculta, la relaciona y nos enseña las verdades ocultas en sus  líneas, con el solo propósito de ponerla al servicio de la misma causa  que lo inspira a enviar médicos donde otros envían soldados: salvar la  especie, salvar la vida.
 
 Para hacerlo, le ha bastado con empuñar las armas del juicio, esas que,  como decía José Martí, vencen a las otras, aun en las condiciones de  colosal producción armamentista, que ha convertido al planeta de  nuestros días en un lugar de miedo.
 
     * “Nuestra América”, El Partido Liberal, México, 30 de enero de  1891. En: JOSÉ MARTÍ. Obras Completas. Tomo 6. Editorial de Ciencias  Sociales. La Habana, 1975, pp. 15-23.|
 
 Tomado de Cubadebate
 
Imagen agreagada basada en acuarela de J. L. Fariñas, 2006
 
       
		
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