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Cuba: coraje y valor

Estados Unidos y la Revolución Cubana. (I Parte)

Estados Unidos y la Revolución Cubana. Del diferendo a la confrontación. 1959-1960. (I Parte)
Por Orlando Cruz Capote

Una revisión de cualquier información, discurso y documentación de las autoridades de Washington y sus medios de comunicación masiva, acerca de sus percepciones y posiciones con respecto a los cambios operados en Cuba, a partir del primero de Enero de 1959, arrojaría que cualesquiera que fueran los matices en las formas, el establishment de ese país reaccionó con el mismo sentido y contenido en las diferentes fases del proceso revolucionario cubano: la espera vigilante hostil y la agresividad fueron la práctica predominante en todas sus acciones. Los Estados Unidos y sus elites de poder, ya fueran demócratas o republicanos, liberales o conservadores, moderados o reaccionarios no podían aceptar cualquier camino de reformas nacionalistas, más o menos radicales, que hicieran disminuir o liquidar el dominio de ese país sobre Cuba. Por eso, desde el primer instante (incluso antes del triunfo revolucionario), el gobierno estadounidense intentó promover la caída del gobierno revolucionario de Cuba. Los medios para “resolver el problema cubano” abarcaron desde el aumento progresivo de las presiones económicas, comerciales, financieras, políticas y diplomáticas, el crecimiento de la labor de subversión y desestabilización del régimen cubano, para ir provocando su aislamiento del mundo y, en especial, de América Latina y el Caribe, hasta las acciones encaminadas para intervenir militarmente, directa o indirectamente, con sus fuerzas armadas y mercenarias, apoyadas por la OEA, con el fin de derrocarlo. Pero en un comienzo estas acciones no estuvieron articuladas en un plan único.

Las preguntas clásicas iniciales de los gobernantes del Potomac fueron las de siempre. Había que precisar que tipo de gobierno se implantaría en Cuba, cuales serían sus relaciones con EE.UU. y de que modo podrían afectar las relaciones de éste con el resto de América Latina y el Caribe. Esas mismas interrogantes se la habían hecho desde los tiempos de Augusto César Sandino y, más tarde, con el gobierno guatemalteco de Jacobo Arbenz. Y ya se conocen las respuestas que dieron a estos casos. Por eso, el 7 de enero de 1959, el gobierno de los EE.UU., con el presidente Dwight W. Eisenhower, reconoció al nuevo Gobierno Revolucionario de Cuba, aunque ya habían recepcionado, confabuladamente, en territorio estadounidense a los tránsfugas de la justicia revolucionaria, incluyendo a los funcionarios de alto y mediano nivel del gobierno batistiano, miembros de los aparatos represivos, los asesinos, torturadores, chivatos-delatores, jueces comprometidos, ladrones del erario público, etc. Un poco más adelante abrirían sus puertas migratorias a todos los grupos y sectores de la alta y mediana clase burguesa y terrateniente cubana -dependiente y clientelista-, así como a los médicos, ingenieros, obreros calificados y a todos aquellos que se sintieron afectados por las leyes revolucionarias, aunque algunos de ellos de una manera psicológica, ideopolítica e incluso engañados y manipulados por las campañas mediáticas, pues la Revolución podía brindarles más beneficios que perjuicios. A pesar de las solicitudes del nuevo gobierno provisional cubano de extradición sobre los principales homicidas y truhanes, los Estados Unidos les dio inmunidad de toda índole y no autorizó su devolución. Estas serían las bases sociales de la primera -y siempre eterna- contrarrevolución en el denominado exilio miamense.

La primera medida del Gobierno Revolucionario de Cuba que les impactó fue la expulsión inmediata de la misión militar norteamericana de la Isla. Tal decisión anunciada por el Comandante en Jefe Fidel Castro, el día 9 de enero de 1959, los dejó atónitos. A una pregunta sobre la decisión del gobierno de EE.UU. de retirar la misión militar si el Gobierno Revolucionario lo solicitaba, Fidel respondió de manera tajante que “(...) El Gobierno de los Estados Unidos no tiene derecho a tener una misión aquí permanentemente, eso en primer lugar. O sea, que eso es una prerrogativa no del Departamento de Estado, si no del Gobierno Revolucionario de Cuba”. (Fidel Castro Ruz Comparecencia en el programa “Ante la Prensa”, 9 de enero de 1959, Versiones Taquigráficas del Consejo de Estado, Archivo del Instituto de Historia de Cuba) Y el 13 de enero confirmó esa idea: “(...) No hay derecho a que sigamos manteniendo a los que estuvieron enseñando a los soldados a matar cubanos. (...) no queremos espías dentro de las fuerzas armadas de la República, ni conspiradores”. (Fidel Castro Ruz Discurso pronunciado en el almuerzo homenaje que el Club de Leones ofreció al Ejército Rebelde, 13 de enero de 1959, en El pensamiento de Fidel Castro. Selección Temática, T. I., Vol. I, Instituto de Historia del Movimiento Comunista y de la Revolución Socialista de Cuba, Editora Política, La Habana, 1985).

El gobierno norteamericano y sus dependencias no emitieron un juicio final ni siquiera inmediato al respecto. El sondeo político había comenzado. Y se abstuvieron de realizar declaraciones y realizar acciones muy agresivas ante este hecho en específico que provocara una radicalización del proceso, todo lo contrario a lo que han afirmado algunos estudiosos en el exterior. En ese sentido es sintomático que el embajador Earl T. Smith solicitara su renuncia al Departamento de Estado, la cual fue aceptada por el Presidente de ese país. Tal acción trató de borrar, de alguna forma, los estrechos vínculos del Departamento de Estado con Batista. En su lugar, enviaron a Phillip W. Bonsal, el 10 de enero, quién trató en todo momento de conocer los propósitos de las nuevas autoridades cubanas y estableció inmediatamente conversaciones, secretas o de espaldas a la máxima dirección político-militar, con las figuras menos radicales dentro del primer Gobierno Revolucionario, para tantear sus posiciones y conocer de primera mano hasta donde era posible el “desvío” de la Revolución en su rumbo más nacionalista y antinorteamericano.

Un ejemplo de ello, se puede apreciar claramente, en el telegrama del Embajador Bonsal al Departamento de Estado, el 4 de junio de 1959, donde se explica que “(...) Muchos Ministros incluyendo a Rufo López Fresquet y Humberto Sorí Marín, son conocidos por haberse opuesto a la Ley (Agraria), pero la han secundado en vez de excluirla por completo. (...) López Fresquet piensa que los ruinosos efectos económicos llevarán a su modificación en el término de seis meses. Carrillo, del Banco de Desarrollo Agrícola e Industrial, hablando con los funcionarios de la embajada la noche anterior”. (Telegram 1500 from Havana, June 4, 1959; Department of States, Central Files, Lot. 837. 16/6-459).

Este primer gabinete ministerial revolucionario era en realidad muy heterogéneo. En sus filas, predominaron las personalidades revolucionarias y otras, que fueron radicalizándose en el proceso, entre ellos se pueden mencionar a los luchadores y personalidades revolucionarias como: Armando Hart Dávalos, Faustino Pérez Hernández, Julio Martínez Páez, Luis Orlando Rodríguez, Luis M. Buch Rodríguez, Raúl Cepero Bonilla, Regino Boti, Augusto R. Martínez Arango, Enrique Ostulki Osacki. Incluso, en fechas tempranas fue incluido en el gobierno el compañero Osvaldo Dorticós Torrado como Ministro Encargado de la Ponencia y Estudios de leyes Revolucionarias. (1) Pero también estuvieron presentes figuras reformistas y moderadas cuya inclusión en el mismo estuvo dada por la necesidad de la Revolución de lograr cierta unidad entre todas las agrupaciones antibatistianas, antes y después del triunfo. Así, en el gobierno hubo figuras políticas de “viejo estilo” como Manuel Urrutia Lleó, José Miró Cardona y Roberto Agramante, personas como Manuel Ray, quien perteneció al Movimiento de Resistencia Cívica; un viejo miembro del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) como Manuel Fernández, quien, además, perteneció al autenticismo; y un grupo de intelectuales identificados como nacional-reformistas como Felipe Pazos y Rufo López Fresquet y, otros como Elena Mederos, Ángel Fernández y el Comandante Humberto Sorí Marín. Muchos de estos individuos traicionaron a la Revolución algún tiempo después y se marcharon hacia los Estados Unidos.

Por lo tanto, la comunicación e identificación del embajador Bonsal con el Presidente Manuel Urrutia Lleó y otras personalidades no revolucionarias persiguieron el objetivo de que no se alteraran las relaciones con los EE.UU. y, mucho menos, se afectaran los intereses norteamericanos en la Isla. Tales ideas “moderadas” del enviado diplomático pronto se vieron frustradas al dimitir José Miró Cardona y el resto del gabinete, el 13 de febrero de 1959 y, asumir el 16 de febrero el premierato, el Comandante en Jefe Fidel Castro, en lo que se consideró la solución a la primera crisis institucional de dicho gobierno. El otro golpe propinado a los intentos del imperialismo de socavar la unidad y el funcionamiento del gobierno revolucionario sucedió cuando, el 11 de junio se produce la segunda crisis institucional y son sustituidos algunos de los ministros, unos por razones políticas y otros con el objetivo de mejorar la eficiencia de los organismos que dirigían. En ese momento entran a formar parte del gabinete Raúl Roa García, como Secretario de Estado (el 23 de diciembre de 1959, se pasa a denominar Ministerio de Relaciones Exteriores), el Comandante Pedro Miret Prieto, José A. Naranjo, Julio Camacho Aguilera y otros.

Poco después, el 16 de julio ante las actividades y posiciones vacilantes, conspirativas y anticomunistas del Presidente Manuel Urrutia, el Comandante en Jefe Fidel Castro, renunció a su cargo de Primer Ministro. En una alocución en la televisión Fidel Castro expone las causas de su renuencia a continuar en el cargo por la actitud no revolucionaria y muy pronorteamericana de Urrutia. Las declaraciones públicas (televisivas) del Presidente Urrutia, el 13 de julio de 1959, censurando las posiciones radicales de la Revolución que catalogó de comunistas tuvieron una repercusión inmediata en los EE.UU. En un telegrama de la embajada norteamericana en La Habana, al Departamento de Estado se indicaba que "(…) las observaciones de Urrutia representaban la declaración anticomunista más firme que alguna vez fuera hecha por miembro alguno de un gobierno revolucionario". (Telegram from the Embassy in Cuba to the Department of State, July 13, 1959. Department of State, Central Files, 737.00/7-1359. Confidential). Este último dimite al cargo, se retira a una casa en los alrededores de La Habana y se introduce tiempo después en una embajada extranjera, marchando hacia los EE.UU. posteriormente. El 26 de Julio de ese año, ante una enorme concentración popular en la Plaza Cívica, en La Habana, el nuevo Presidente de la República Osvaldo Dorticós Torrado, nombrado en una sesión del Consejo de Ministros el 18 de julio, planteó al pueblo congregado que, como se había solicitado en múltiples asambleas obreras (estos llegaron a convocar y realizar una huelga general de 10 minutos), campesinas, estudiantiles y por la población en general, era necesario el retorno del Comandante en Jefe Fidel Castro a su responsabilidad de Primer Ministro y, con la aprobación de las masas congregadas, entre ellas una Caballería Mambisa Campesina, de 10 mil jinetes, traída a Ciudad de La Habana por el Comandante Camilo Cienfuegos que al decir de la oralidad y la prensa de la época, por primera vez la capital de Cuba “se vistió de Guajiros”. Entonces Fidel reasumió su mandato.

Finalmente, en octubre de 1959, se descubre y se desbarató la intentona golpista y sedicionista del traidor y hasta ese momento Comandante Hubert Matos. (2) Luego de la destrucción de esta conspiración “inspirada” en el anticomunismo, las opciones norteamericanas de revertir el proceso revolucionario desde dentro las filas del Gobierno fueron prácticamente nulas.

En todo este lapso de tiempo, el silencio relativo de los círculos de poder estadounidenses no pudo ser eterno. Además de recibir y otorgar el exilio a los antiguos gobernantes de la Isla, a funcionarios enriquecidos ilícitamente y a los torturadores y asesinos que se habían refugiado en los EE.UU., las autoridades de esa nación iniciaron, en el propio mes de enero de 1959, una gran campaña difamatoria contra la Revolución a raíz de los juicios revolucionarios a los criminales de guerra, malversadores y los culpables de la muerte de alrededor de miles de miles de cubanos. Pero el detonante de la gran “explosión” anticubana en los círculos de poder políticos y económicos de Washington fue la promulgación de la Primera Ley de Reforma Agraria, el 17 de mayo de 1959. Antes de esta ley, aunque algunos intereses norteamericanos habían sido perjudicados -la intervención de la Compañía de teléfonos y la de Electricidad, la rebaja de las tarifas de ambas, etc.- no se habían alterados las bases de su sistema de dominación. Con la ley agraria el panorama cambió radicalmente.

A las acusaciones de que el “Gobierno de La Habana” había realizado un “baño de sangre” (3) al enjuiciar a los criminales, torturadores y asesinos del batistato, Fidel Castro, en un discurso el 16 de enero en el Palacio Presidencial (hoy Museo de la Revolución), ante una multitud de pueblo, respondió que era legítimo tal acto de justicia revolucionaria, tanto moral como humanamente y que, los EE.UU. no podían abrogarse el papel de juez, luego que habían recibido en su país y brindado inmunidad a la escoria del anterior régimen dictatorial. En este acto la consigna enarbolada fue “Por la aplicación de la justicia y por la demanda a los Estados Unidos de la devolución de los asesinos y criminales de guerra”. Cinco días después, el 21 de enero en otra concentración de cerca de un millón de personas y con la presencia de alrededor de 350 periodistas extranjeros, Fidel Castro volvió a confirmar que el pueblo cubano tenía todo el derecho para llevar a cabo en su tierra todas las prerrogativas soberanas sin intromisiones y presiones de nadie. Y anunció que para contrarrestar esa campaña anticubana nociva para la Revolución comenzaba una contraofensiva nacional e internacional denominada “Operación Verdad. Ello conllevó al viaje de Fidel Castro y otros dirigentes por varios países latinoamericanos, incluidos los Estados Unidos, para explicar el proceso cubano, la legitimidad de los juicios revolucionarios, las garantías legales de los mismos y contraponer aquellas inculpaciones que identificaban las transformaciones nacional liberadoras con las ideas y la práctica del comunismo, cuando no siquiera se hablaba de ello en los medios oficiales cubanos. Entonces se sumaron, en mayo de 1959, los reproches hacia una ley que si erosionaba profundamente las inversiones y propiedades norteamericanas en Cuba y, aún más, quebraba una de las raíces esenciales del capitalismo dependiente cubano. El carácter nacionalista y antiimperialista radical de la Revolución no era una ficción y si una realidad.

Las razones políticas de las élites de poder de Washington empezaban a ser confirmadas. A solo un mes de la entrevista concedida por el Vicepresidente de EE.UU., Richard M. Nixon a Fidel Castro el 19 de abril de 1959, en su visita a ese país iniciada el día 15, invitado por la Asociación Americana de Editores de Periódicos, y luego de tres horas de conversaciones, el vice-mandatario envió un memorando confidencial a la Casa Blanca (Eisenhower), la CIA y al Departamento de Estado donde exponía que, “(...) Castro no es tan ingenuo respecto al comunismo, ni a la disciplina de éste” (Richard M. Nixon Seis Crisis, Ediciones GP, Barcelona, 1967, pp. 391-392), y agregó que se hacía necesaria una operación militar encubierta para derrocarlo. Nixon, en ese momento, estaba siendo tan certero como lo indicaba su viejo olfato político conservador y pragmático. Y no se equivocó esta vez el ultrarreaccionario representante del gobierno norteamericano en cuanto a las ideas del máximo líder cubano. La previsión ideologizante del vicepresidente concordaba -aunque con menos carga ideológica anticomunista- en parte con otras informaciones brindadas por otros funcionarios norteamericanos y la propia CIA, quienes afirmaron en sendas informaciones en abril y junio de 1959 que Castro, (...) Es sin dudas una personalidad fuerte y un líder nato de gran valor y convicciones personales” y que “(...) Lo inspira un sentido mesiánico de misión en beneficio de su pueblo”. (“Unofficial visit of Prime Minister Castro of Cuba to Washington: A Tentative Evaluation”, annexes a Herter a Eisenhower, 23 de April de 1959, Foreign Relations of the United States (FRUS) 1958-60, 6: 483; y en, Special NIE (Cálculo de Inteligencia Nacional, CIA) The situation in The Caribbean Through 1959, 30 de jun. 1959, p.3, NSA (National Security Adviser).

La Primera Ley de Reforma Agraria, aprobada un mes después de esa visita y el diálogo desarrollado en aquella ocasión lo corrobora. La medida de tan amplia repercusión interna, tuvo un eco mucho mayor en el exterior, principalmente en los estados de opinión dentro de los EE.UU. y en la propia América Latina y el Caribe. La gran prensa, los políticos, los oligarcas financieros, los directivos de los grandes monopolios, los comerciantes, los agricultores norteamericanos, entre otros, percibieron que esta ley “los había unido contra la Revolución Cubana”. El gobierno estadounidense solicitó a la Habana que reconsiderase tal acción hostil contra los intereses norteamericanos y exigió que debía compensarse de manera rápida, efectiva y adecuada a los inversionistas y propietarios norteños, La respuesta cubana, digna pero no exenta de sagacidad y habilidad política, explicó la significación de dicha legislación para la verdadera independencia y soberanía de la Isla. Medida que estaba incluso contemplada en la Constitución de 1940, y que permitiría la base para un desarrollo económico estable y sostenido en la agricultura y la industria cubana. Y prometió que los afectados serían damnificados con los bonos de la reforma agraria pero a pagar en el plazo establecido por la ley en 25 años. Y el 26 de julio, en ocasión del VI Aniversario del asalto al Cuartel Moncada, Fidel Castro expresó que, definitivamente, “(...) queremos el mejor entendimiento y las mejores relaciones entre el pueblo de Cuba y el de Estados Unidos, pero no al precio de modificar la ley. No hay otra alternativa”. (Fidel Castro Ruz Discurso pronunciado el 26 de julio de 1959, Departamento de versiones taquigráficas del Consejo de Estado. En Archivo del Instituto de Historia de Cuba).

El consenso contrario a Cuba revolucionaria lo confirmaba el Walt Street Journal, el 24 de junio de 1959: “La controvertida nueva ley (...) ha cristalizado aquí la oposición contra el primer ministro Fidel Castro (...) Pero aunque es difícil descubrir la verdad de los cargos americanos de que el señor Castro flirtea con el comunismo, el hecho de que se hagan estas acusaciones es importante, ya que los acusadores son hombres que poseen cerca de 800 millones de dólares en inversiones en Cuba y eso es importante”. (Robert Scheer y Maurice Zeitlin Cuba, an American Tragedy, Londres, Penguin Books, 1964).

Notas bibliográficas y referencias:

(1) Folletos de Divulgación Legislativa. Leyes del Gobierno Provisional de la Revolución., Tomos desde enero hasta diciembre de 1959, Editorial Lex, La Habana, 1959; Luis M. Buch Gobierno Revolucionario Cubano. Génesis y Primeros Pasos, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1999 y Luis M. Buch y Reynaldo Suárez Otros Pasos del Gobierno Revolucionario, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2002.

(2) Hubert Matos fue nombrado Jefe Militar de la Plaza de Camagüey. Allí desarrolló una labor conspiradora y escisionista en las filas del Ejército Rebelde, principalmente en la provincia agramontina. Creó una revista, Las Clavelinas, y promocionó su figura para una Cuba contra Fidel y el comunismo. Fue la primera gran traición dentro de las filas revolucionarias al más alto nivel. La respuesta fue contundente, el propio Fidel Castro, así como Camilo Cienfuegos desbarataron ese movimiento, donde algunos compañeros revolucionarios fueron confundidos y, poco después, algunos de ellos volvieron a ser fieles representantes de los intereses de la Revolución. Hubert Matos fue sentenciado a 30 años de privación de libertad, cumpliendo su condena y luego marchó hacia los EE.UU. donde prosiguió su labor contrarrevolucionaria al servicio de la potencia imperial enemiga de Cuba. En, periódico Revolución, La Habana, nros. de octubre y noviembre de 1959.

(3) Los epítetos fueron más allá de estos términos, así se escribió que en Cuba había una “una masa sedienta de sangre”, y que se estaba desarrollando“un concepto extravagante de la justicia”, una “purga de sangre” y una “venganza”, etc. En, The New YorkTimes, 2 de febrero de 1959; New York Mirror, 7 de marzo de 1959; Journal-American, 18 de mayo de 1959; etc., En, Colectivo de autores cubanos De Eisenhower a Reagan, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1987, p. 21.

*Dr. Orlando Cruz Capote, Investigador Auxiliar, Instituto de Filosofía, Cuba



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