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Cuba: coraje y valor

Escenario en que triunfa la Revolución Cubana II

Escenario internacional y regional en que triunfa la Revolución Cubana: Una nueva visión II, por Orlando Cruz Capote 

  • El movimiento revolucionario en América Latina y el Caribe.

En este marco internacional, América Latina y el Caribe enfrentaron un desafío extraordinariamente complejo y tenso. Sin subestimar la influencia positiva y negativa de los acontecimientos mundiales, el proceso revolucionario en el subcontinente debió tener muy en cuenta la política agresiva de los Estados Unidos en esta zona del mundo. Latinoamérica y el Caribe fueron las regiones donde los movimientos de ascenso de la lucha clasista y de liberación nacional parecieron imperceptibles ante la cantidad y diversidad de victorias parciales y derrotas profundas. Sirva de ejemplo recordar que solo entre 1943 y 1964 se sucedieron en el subcontinente alrededor de 71 golpes militares y alrededor de 4 intervenciones norteamericanas y extranjeras directas, y que entre 1947 y 1956, 18 de los 20 países latinoamericanos sufrieron de golpes militares derechistas y/o “reacomodos” burgueses favorables a Washington. Solo dos gobiernos, los de México y Uruguay, lograron mantener su sistema político burgués democrático-representativo sin interferencias directas.

Por lo tanto, en el subcontinente, la reanimación sociopolítica alcanzó otra dimensión. Estados Unidos emergió, luego de 1945, como el máximo explotador de los principales recursos naturales y humanos de la región. Las inversiones de los monopolios norteños sometieron los débiles intentos de las denominadas burguesías nacionales de lograr, otra vez más, cierta autonomía y se profundizó la dependencia de la región hacia el Imperio del Potomac.

No obstante, la estructura económica, socio-clasista y política de las sociedades de las tierras desde el Río Bravo hasta la Patagonia sufrieron notables cambios. Los partidos marxista-leninistas, recién culminada la contienda bélica, robustecieron en algún sentido sus organizaciones y aumentaron su influencia política-ideológica en el seno de varios sectores sociales. Pero la presencia temporal de las ideas del browderismo en su seno (4) y además, la presencia del viejo y siempre presente dogmatismo y del economicismo hicieron mella en su accionar práctico. En poco tiempo, las corrientes nacionalistas-reformistas, populistas y otras, ocuparon -porque arrancaron las banderas a los comunistas y de algunas otras fuerzas de izquierda- un importante espacio político en la región. De todas formas, el accionar clasista y antiimperialista cobró un nuevo impulso, aunque algunas concepciones reformistas obstaculizaron su desarrollo radical ascendente.

Este solo fue un ángulo de la problemática. En 1947 fue creado el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), y en 1948, la Organización de Estados Americanos (OEA). Los sueños panamericanistas de los gobernantes estadounidenses parecían haber encontrado su realización a pesar de la resistencia de los pueblos. El movimiento sindical latinoamericano y caribeño fue dividido por la acción de las centrales “amarillas” que operaban en el subcontinente y que estaban, prácticamente, subordinadas a los principales sindicatos norteños. Tal fue el caso del surgimiento de la Organización Regional Interamericana del Trabajo (ORIT) en 1951, que se dio a la tarea de escindir las filas de la clase obrera, supeditarla a la política expansionista de los monopolios extranjeros, a favor de las oligarquías burguesas locales y proclamar la política de la reconciliación de clases. El movimiento revolucionario en el subcontinente y, muy en particular el comunista, sufrió los embates de la cruzada represiva y divulgativa anticomunista compulsada por el clima de Guerra Fría imperante. Las campañas de propaganda acerca del peligro “moscovita” y “chino” influyó negativamente a una gran cantidad de sectores populares.

En la mayoría de los casos los marxista-leninistas reconocidos se encontraron aislados de las masas trabajadoras y populares por la persecución, las torturas  y asesinatos, y por ser erradas y no adecuadas sus tácticas y métodos de lucha. Estas deficiencias e insuficiencias, copias de modelos y esquemas lejanos, los dejó sin mucha capacidad de iniciativa y creatividad revolucionarias lo que a la larga lastró el lado positivo de sus programas estratégicos e ideales. La espera del “instante adecuado” para lanzarse a la toma del poder político,  arrojó a la mayoría de las fuerzas de izquierda al olvido de la necesidad de ir creando las condiciones subjetivas de la lucha, que toda vanguardia sin vestigio de aventurerismo y voluntarismo, debía y debe preparar lenta y concienzudamente para llevar a cabo el asalto definitivo al poder. En ocasiones, el reformismo político y el economismo permeó el accionar de muchas fuerzas de izquierda, en especial las comunistas que, en las alianzas establecidas, quedaron muy a la zaga del resto de las agrupaciones y de las masas populares y, prácticamente, fueron arrastradas (disminuidas) políticamente  por los partidos burgueses. La cercana presencia de los Estados Unidos y su apoyo sin ambages a los gobiernos oligárquicos burgueses domésticos, representativos y dictatoriales, ejerció un efecto anestésico -el fatalismo geográfico- sobre los que apreciaron y calcularon que sólo con una correlación internacional y regional de fuerzas muy favorable, podía alcanzarse el triunfo revolucionario en el hemisferio occidental. 

Sin embargo, los pueblos y las agrupaciones políticas revolucionarias no cesaron de luchar. El descontento popular y la contraofensiva de la reacción tuvieron su primera confrontación en tierra colombiana. Al unísono de la celebración de la IX Conferencia Panamericana en 1948, se produjo en la capital de Colombia, Bogotá, el asesinato del popular candidato de las fuerzas democráticas Jorge Eliécer Gaytán,  y con ello un rudo golpe a las aspiraciones de las masas colombianas de realizar reformas y cambios necesarios en la sociedad. La tensa situación provocada por las fuerzas de la derecha obtuvo la respuesta del pueblo quien entabló un desigual combate contra los militares, primero en la capital y posteriormente en las montañas. El joven Fidel Castro, quien asistió al Congreso de Estudiantes Latinoamericanos citado en la urbe colombiana, precisó con acierto, que en “El Bogotazo” [ver imagen] se puso en evidencia la heroicidad del pueblo el cual, espontáneamente, sin organización y dirección adecuada, clamó por la justicia social. Resultado de este episodio fue la entronización de dos dictaduras, e incluso, el envío de tropas a la contienda coreana.

La República de Bolivia vivió en estos años otro de los procesos socio-políticos más interesantes de esta etapa. En abril de 1952, los obreros de las minas, en franca beligerancia, derrotaron al ejército constitucional. Se creó el Ejército de la Revolución que fue integrado por obreros y campesinos. Igualmente se dio inicio a un proceso de expropiaciones de las principales riquezas mineras del país en manos del capital norteamericano. Se firmó una débil reforma agraria en 1953 que, sin embargo, satisfizo en alguna forma una aspiración ancestral de los trabajadores y campesinos del campo boliviano. El Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), fuerza dirigente de este proceso, cedió ante las presiones de la oligarquía doméstica y de los monopolios norteños y sin decisión y firmeza revolucionarias hizo abortar el proyecto democrático en 1954.

La lucha del pueblo puertorriqueño por su independencia y soberanía tomó un serio impulso cuando se vertebró orgánicamente el movimiento independentista y se produjo en octubre de 1950, la denominada Revolución Nacionalista. Los EE.UU. con su tozudez habitual maniobraron política y diplomáticamente en la arena internacional (las Naciones Unidas en específico), y en 1952  concedió  a Puerto Rico la condición eufemística de “Estado Libre Asociado”. Como consecuencia de las acciones revolucionarias por la emancipación nacional, fue encarcelado en prisiones norteamericanas un grupo numeroso de nacionalistas quienes se convirtieron en las décadas siguientes, junto a Pedro Albizu Campos, en los presos políticos más antiguos del continente.

Otra conmoción política que sacudió a la región tuvo lugar en 1953, al alcanzar el Partido Popular Progresista de Guyana, la mayoría de los votos en las elecciones convocadas en ese país. Esta organización que formó gobierno durante 133 días fue depuesta por el imperialismo británico, temeroso de que su viejo territorio colonial pudiera lograr la independencia.

La defensa de los intereses económicos, comerciales y financieros de los monopolios norteamericanos, ante el auge de las luchas revolucionarias, tuvo sus momentos culminantes y más agresivos en Nicaragua y Guatemala. En 1953, los marines yanquis desembarcaron en el puerto nicaragüense de Corinto ante los síntomas de desestabilización que sufrió una de las dictaduras dinásticas más sangrientas del subcontinente, la de los Somoza. Entre ese año y el posterior, se produciría una agresión del ejército nicaragüense contra la nación costarricense que fue repelida por su pueblo y la acción mancomunada de algunas fuerzas revolucionarias latinoamericanas que arribaron a ese país para participar en la lucha.

El proceso guatemalteco y su interrupción violenta por la intromisión de los EE.UU. y la OEA en los asuntos internos de ese país, fue uno de los capítulos más relevantes de estos años. El gobierno de Jacobo Arbenz, en el poder desde 1951, realizó una serie de importantes reformas socioeconómicas con el fin de dar alguna solución a los graves problemas acumulados en esa nación. En 1952, fue promulgada una reforma agraria que comenzó a entregar las tierras no cultivadas a los campesinos, afectando los intereses de la United Fruit Company. Importantes nacionalizaciones fueron acometidas contra otros monopolios norteamericanos. Los tímidos pasos en un inicio y la paulatina radicalización de las reformas posteriores chocaron con la vieja estructura estatal-militar que no fue demolida durante el proceso de transformaciones. La Agencia Central de Inteligencia (CIA) norteamericana comenzó su labor conspirativa contra las soberanas decisiones del gobierno guatemalteco. Esta actividad subversiva y de descarada injerencia fue arreciada luego de la “Resolución 93”, aprobada por mayoría en la reunión de la OEA, celebrada en Caracas, Venezuela, en 1954. Acusando al proceso nacionalista guatemalteco de comunista, los EE.UU. y la OEA, en franco contubernio con las fuerzas militares y los partidos de derecha internos, actuaron con toda su fuerza militar y política contra el proceso popular y ahogaron en sangre y fuego al pueblo centroamericano en 1954.

Por otra parte, la denominada “Revolución Libertadora” que derrocó al presidente constitucional Juan Domingo Perón, en 1955, fue la conclusión de un período político en la historia argentina. Populista y reformista en esencia, este proceso trajo algunas mejoras socioeconómicas a las masas populares en ese país. Desde 1946 se habían dado algunos pasos importantes en la intervención y nacionalización por el Estado argentino de distintas industrias, bancos y servicios fundamentales. En el agro se acometieron serias transformaciones que incluyeron la liquidación de posesiones a un grupo de terratenientes y la entrega de la tierra a los arrendatarios y campesinos. Sin embargo, el temor a radicalizar el proceso y darle mayor participación a las masas populares, hizo que el gobierno peronista comenzara a coquetear con las transnacionales y se sometiera a los pedidos de las instituciones económico-financieras yanquis y del imperialismo mundial. Las vacilaciones y concesiones fueron restando capacidad de maniobra al peronismo y su presidente abandonó el poder.

Una mención para el partido marxista-leninista cubano
 

El primer Partido Comunista de Cuba (PCC), había surgido a la vida política en agosto de 1925. Entre sus fundadores se encontraron revolucionarios e intelectuales orgánicos como Julio Antonio Mella y, más tarde, Rubén Martínez Villena (este en 1927), además del viejo luchador clasista e independentista Carlos Baliño, quien había estado al lado de José Martí en la creación del Partido Revolucionario Cubano (PRC), en 1892. En el congreso constituyente de los comunistas cubanos participaron un grupo de marxistas con más corazón y pasión que convicciones conceptuales, porque en las conciencias de muchos de sus miembros estaban presentes las ideas anarquistas, anarcosindicalistas, socialistas utópicas y de otras corrientes socialistas en boga en el continente europeo y los Estados Unidos de América. La práctica revolucionaria en la lucha de masas que le sobrevendría de inmediato serían sus primeras pruebas de fuego, la Revolución del 33, y la lectura-asimilación crítica de los clásicos vendrían al unísono pero más lentamente. Eran ante todo, patriotas y martianos de fe y espíritu.

En este Partido se fusionaron definitivamente las ideas de la liberación nacional con la justicia social en la Isla. Sus programas políticos -así como sus dirigentes y militantes más aguerridos- sufrieron los avatares de una época en que la III Internacional -la Internacional Comunista, IC o la Komintern-, luego de la muerte de V. I. Lenin, desvió en muchas ocasiones su rumbo marxista-leninista auténtico, principalmente luego de su VI Congreso en 1928, cuando se impuso la línea de “clase contra clase”, la prohibición de compromisos y alianzas con otras fuerzas de izquierda, así como tendencias sectaristas y dogmáticas. Estas deficiencias e insuficiencias de la IC se difundieron e incidieron en las directivas y prácticas del movimiento comunista mundial, incluyendo al cubano.

A pesar del viraje teórico y práctico del VII Congreso, bajo el liderazgo de Jorge Dimitrov, en el que se trató de recuperar el Frente Único, con los nombrados Frentes Amplios Populares -en la lucha contra el fascismo-, las ideas estalinistas habían penetrado lo suficiente para que no se pudiera transformar radicalmente ese pensar-accionar de la Casa Matriz (como también se le denominaba a la Komintern, radicada en Moscú), que desempeñó un rol determinante en las decisiones, por indicaciones del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS). No obstante, los comunistas cubanos desplegaron algunas estrategias y tácticas propias, apostadas originaria y creativamente contra esas normativas y  “ukases”, pero no pudieron evitar el alcance de esos errores internacionales y los suyos propios.

Tampoco sería justo olvidar, que el PCC fue una de las organizaciones más ferozmente perseguidas por los gobiernos burgueses clientelistas y que sus miembros aportaron un martirologio importante en las luchas revolucionarias. Por eso, ante la represión desatada, en 1937 decidió fundar una organización paralela, el Partido Unión Revolucionaria que tuvo un carácter legal, mientras continuaba existiendo el Partido Comunista de Cuba en la clandestinidad. En 1940 se fundieron ambas organizaciones y pasó a denominarse Unión Revolucionaria Comunista, y en 1944, por problemas políticos-tácticos, se nombró Partido Socialista Popular.

Sus métodos de lucha contra los gobiernos burgueses de turno fueran o no dictaduras, consistieron en la preparación de la huelga general revolucionaria de masas, el aprovechamiento de las vías electorales y parlamentarias, y la lucha armada sólo como último recurso. No obstante poseían un Departamento Militar, grupos de choque y una enorme vitalidad para participar con hombres, armas y logística, por ejemplo, en los enfrentamientos clasistas más agudos al interior de la nación y contra el imperialismo yanqui, solidarizarse con las causas justas de otros pueblos como el español en su combate contra el franquismo en el que participaron alrededor de mil combatientes en las Brigadas Internacionales, y apoyar incondicionalmente a la URSS en la segunda contienda bélica mundial ante la agresión nazifascista, donde murieron los jóvenes Enrique Vilar y Aldo Vivó, ambos con grados de oficiales del Ejército Rojo.

Esa línea de acción denominada de agosto, estuvo presente en la historia del PCC, antes de los años 1952-1957. Ella formaba parte de los principios políticos trazados por el movimiento comunista internacional. Sin embargo, a pesar de sus desavenencias públicas con la acción del ataque al Cuartel Moncada por la Generación del Centenario, el PCC mantuvo contactos con la dirección del Movimiento Revolucionario 26 de Julio, en especial con Fidel Castro, a través de dirigentes de la Juventud Socialista, en México en el año 1955. Más tarde apoyó a los expedicionarios y combatientes durante y después del desembarco del Granma y a la lucha que se desarrolló en las zonas rurales y en las ciudades.

Pero no fue hasta finales de 1957, en que sus métodos cambiaron a partir de complicadas reuniones en su Comité Central y más que todo por la presión de sus organizaciones de base que ya estaban participando en la contienda insurreccional junto a las otras organizaciones revolucionarias. A principios de 1958, crearon un frente guerrillero en el macizo montañoso del Escambray, con Félix Torres como dirigente máximo, y en julio de ese año enviaron a un representante de su más alta dirección al Campamento de La Plata, en la Sierra Maestra, cumpliendo con lo acordado en el Pacto de Caracas. Pasos definitivos en el proceso de unidad se dieron en las conversaciones sostenidas por los Comandantes Ernesto Che Guevara y Faure Chaumón - éste último del Directorio Revolucionario 13 de marzo-, en el Pedrero, el 1ro de diciembre de 1958, en la antigua provincia de Las Villas, y los acuerdos tácitos entre el Comandante Camilo Cienfuegos y Félix Torres que también decidieron realizar acciones militares y políticas coordinadas conjuntas.

Al unísono, la gira de Blas Roca, Secretario General del PSP, a varios países latinoamericanos explicando la disposición de la organización de formar parte de la beligerancia guerrillera y su solicitud a la dirección del movimiento comunista internacional para incorporarse a la insurrección armada-política y popular fueron de una iniciativa rayana a la herejía. Más tarde, ya en pleno triunfo y transformaciones revolucionarias la decisión personal de Blas Roca de pasar las banderas del Partido Comunista a Fidel Castro, de autodisolverse y formar parte de las filas de las Organizaciones Revolucionarias Integradas (ORI), del Partido Unido de la Revolución Socialista de Cuba (PURSC) y, finalmente, del nuevo Partido Comunista de Cuba, el 3 de octubre de 1965, sugieren una actitud de humildad, modestia, capacidad de rectificación de errores y de espíritu unitario trascendental, que no se ha repetido en la historia latinoamericana y caribeña.

Pero esta explicación necesaria, quizás esclarezca las palabras del Primer Secretario del Partido Comunista de Cuba, compañero Fidel Castro, en la celebración del 1er Congreso del PCC, en 1975, cuando en el Informe Central expresó: “(...) En medio de esta situación la ideología burguesa y proimperialista dominaba el escenario político. El anticomunismo en pleno apogeo de la guerra fría marcaba la tónica en todos los medios de divulgación masiva (...) El Partido marxista-leninista, por sí solo, no contaba con los medios, fuerzas y condiciones nacionales e internacionales para llevar a cabo una insurrección armada. En las condiciones de Cuba en aquel instante habría sido un holocausto inútil (...) Pero no hay situación social y política, por complicada que parezca, sin una salida posible. Cuando las condiciones objetivas están dadas para la revolución, ciertos factores subjetivos pueden jugar entonces un papel importante en los acontecimientos. Esto no constituye un mérito particular de los hombres que elaboraron una estrategia revolucionaria que a la larga resultó victoriosa. Ellos recibieron la valiosa experiencia de nuestras luchas en el terreno militar y político: pudieron inspirarse en las heroicas contiendas por nuestra independencia (...) y nutrirse del pensamiento político que guió la revolución del 95 y la doctrina revolucionaria que alienta la lucha social liberadora de los tiempos modernos (...) el pueblo, la experiencia histórica, las enseñanzas de Martí, los principios del marxismo-leninismo, y una apreciación correcta de lo que en las condiciones peculiares de Cuba podía y debía hacerse en aquel momento (...) El pueblo mismo tenía que despertar un día a las profundas verdades contenidas en la doctrina de Marx, Engels y Lenin. Entre tanto, la tarea que se planteaba a los nuevos elementos revolucionarios era interpretarla y aplicarla a las condiciones específicas de nuestro país. Ésta fue y tuvo que ser obra de nuevos comunistas, sencillamente, porque no eran conocidos como tales y no tuvieron que padecer en el seno de nuestra sociedad, infestada de prejuicios y controles policíacos imperialistas, el terrible aislamiento y exclusión que padecían los abnegados combatientes revolucionarios de nuestro primer Partido comunista.”  (5)

Conclusiones.

El balance de éxitos y derrotas para los revolucionarios latinoamericanos en la década del 50 no fue muy consolador. A pesar del derrocamiento de las dictaduras en el Perú (1956), Haití (1956), Colombia (1957) y Venezuela (1958) aún sobrevivieron las tiranías de Somoza en Nicaragua, Alfredo Strossner en Paraguay, Fulgencio Batista en Cuba y la de Jean Claude Duvalier (hijo) que se reinstauró en Haití. Un alto funcionario diplomático cubano, ahora retirado, el compañero Carlos Lechuga,  definió el contexto latinoamericano de la siguiente manera: “El cuadro político (en 1959) era evidentemente favorable a los designios de Washington pues, en términos generales, la ductilidad de la mayor parte de los componentes del panorama continental, salvo la tradicional política mexicana, se prestaba para encajarlos en la estrategia que ya estaba en marcha (contra Cuba)”. (6)

Y el panorama internacional no debe dejar margen a equívocos. La Guerra Fría continuaba y se profundizó en el año del triunfo revolucionario cubano. La crisis de las dos Alemanias en 1961, con su consiguiente construcción del “Muro” de separación en la República Democrática Alemana en ese año, para evitar las constantes crisis con la República Federal Alemana, y la crisis  de octubre o de los mísiles, en 1962, en la que Cuba tuvo un rol protagónico, fueron los momentos más álgidos de la confrontación entre los dos sistemas antagónicos, especialmente el último, en que se pudo desarrollar una conflagración nuclear mundial de impredecibles consecuencias.                                                   

Sin embargo, las lecciones y experiencias extraídas de lo acontecido permitieron la realización de una síntesis crítica de lo que no se debía y si podía hacerse para alcanzar la victoria y, con ello, producir un vuelco positivo en el panorama político latinoamericano a finales de 1958. Esta misión de tratar de asimilar las enseñanzas del pasado y el presente -incluidas las negativas- y de aportar ideas y prácticas renovadoras y creativas en la teoría y en la vida real le correspondió a la Revolución Cubana en su proceso de gestación y desarrollo ascendente. Pero es imposible deducir una coyuntura internacional totalmente favorable en el momento del triunfo revolucionario cubano, porque significaría mostrar la historia en términos de blanco o negro, o sea una falacia. Y no se trata de sobrestimar y tampoco subestimar la correlación de fuerzas internacionales y regionales en ese instante sino de ubicar el análisis en su justo medio. Algunos hechos posteriores corroboraron que, el equilibrio estratégico político-militar entre el socialismo y el capitalismo se alcanzó con enormes esfuerzos y, a un alto costo para la URSS y sus aliados, en la década de los años 70, cuando se produjo un clima de distensión entre ambas potencias y bloques.

Finalmente,  podemos afirmar que la Revolución Cubana si inauguró una nueva etapa o fase en la crisis del capitalismo mundial, si se tiene en cuenta que este triunfo se produce en el hemisferio occidental, y gracias al impacto que tuvo de inmediato en el área latinoamericana y caribeña. El análisis de acontecimientos y procesos posteriores permiten hoy poder plantear que, Cuba abrió y formó parte, adelantada, de la compleja y revolucionaria década de los años 60 y que, por lo tanto, fue el primer movimiento antisistémico de ese período.

Notas bibliográficas y referencias:

4)     El problema del browderismo sólo fue resuelto en 1947, con la publicación de la carta del dirigente comunista francés Jean Duclòs, que denunció a Eroch Browder, Secretario General del PC de EE.UU., de elaborar una teoría sobre la necesidad del colaboracionismo entre el socialismo y el capitalismo en la postguerra (el libro lo escribió estando en la prisión), tesis que devendría, más tarde, en la concepción de la convergencia entre los dos sistemas.

5)     Fidel Castro Ruz  Informe del Comité Central del Partido Comunista de Cuba al Primer Congreso, en La unión nos dio la Victoria, Editado por el DOR del CC del PCC, La Habana, 1976, pp. 37-41.

6)     Carlos Lechuga  Itinerario de una Farsa, Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 1991,  p. 12.

 

*Dr. Orlando Cruz Capote, Investigador Auxiliar, Instituto de Filosofía, Cuba

 

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